El liante

Dicen los neopedagogos que la educación no debe ser una mera transmisión de fríos datos, pero yo creo que con ello están inventando el agua mineral sin gas, pues nunca hubo un buen profesor que pensara que la educación se reduce a la transmisión de fríos datos.

En el trabajo con adolescentes y no tan adolescentes una de las obligaciones de los profesores es darles las herramientas para que puedan protegerse de los demás y, llegado el caso, proteger a los demás de ellos. No está de más estar alerta, pues a pesar de lo que piensen Manuela Carmena y otros comunistas de salón no todo el mundo es bueno.

Una de las figuras más dañinas de nuestros alrededores es la del liante, y una de las formas que adopta el liante cuando se disfraza de amigo es la de protector. A todos nos ha pasado: alguien que nos previene de que Fulanito ha dicho tal o cual de nosotros, pero afortunadamente el liante estaba allí para prevenirnos. Pues bien: un amigo no hace eso. Un amigo calla la boca de Fulanito con más o menos vehemencia y luego mantiene la discreción, pues contárnoslo solo nos aportaría zozobra.

Pero el liante es una figura mucho más grande y dañina que el bienqueda de la sonrisa taimada. El liante termina por desarrollar y perfeccionar mil maneras de responder a su vocación primordial: llevar la inquietud a la vida de los demás.

Piénsenlo con detenimiento, seguro que conocen a alguien cuyos comentarios casualmente siempre terminan por violentar su estado de ánimo. El liante es el primero en enterarse de los robos en el vecindario, de las subidas de impuestos y de las epidemias de dengue. Para el liante, la desgracia es munición. Cuando uno se encuentra al liante él ya tiene preparada la noticia nefanda, el riesgo inminente, la siguiente calamidad.

No obstante su evolución, nunca abandona el liante el modus operandi de la juventud. Ninguna artimaña le proporciona tanta satisfacción como el hablarnos de los demás, traernos sus opiniones, ejercer de correa de transmisión entre nosotros y el mundo, estropear el frágil equilibrio de nuestras relaciones. El cálculo del liante consiste en que así fortalece su posición, y por mucho que sea tan mezquino como el «mal de muchos», al liante le suele rendir pingües beneficios.

Por si fuera poco, la figura del liante se puede extrapolar a corporaciones aún más dañinas, porque donde hay beneficios entran el capital y los políticos. El mecanismo es más antiguo que el hilo negro y la mercadotecnia lo conoce. Las empresas de alarmas lo conocen. Las empresas de antivirus lo conocen. Las empresas de yogures lo conocen. Los candidatos a vivir a nuestra costa, ya sea a cambio de algo como las empresas o de balde como los políticos. La trampa es la misma: «el mundo está lleno de peligros, pero aquí estoy yo para protegerte». La sabiduría popular intenta prevenirnos, claro, de los liantes y de los anuncios: «líbreme Dios de mis enemigos, que de mis amigos ya me libro yo». Pero conviene descreer de las bicocas, los filántropos y los amigos que súbitamente no persiguen más interés que el nuestro. «Hombre prevenido vale por dos».

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