Sacad vuestras manazas de la Educación

Los políticos no tienen ni pajolera idea de qué aspectos son importantes en la educación de sus ciudadanos. Solo atienden a su propio interés y a su capacidad de adoctrinar.

Verán: según la orden que publicó hace unos meses el Ministerio de Educación y Formación Profesional (de lo que se deduce, por cierto, que la formación profesional no es educación), de los 240 créditos de los que consta el Grado en Educación Primaria, la carrera que estudian los futuros profesores de Primaria, 6 corresponden a Matemáticas y 6 a Lengua y Literatura. Lo que es lo mismo, el 2,5 % cada. Alumnos que según mi experiencia no se saben la tabla de multiplicar (y no me vengan con lo mala que es la memorización) tienen un 2,5 % de créditos de Matemáticas en la carrera que los forma para ser profesores. El problema no es eso en sí, que también, sino que el grueso de las horas se les van en adoctrinar. En contar nubes, como anunció Zapatero, nuestro Fernando VII (aunque Fernando VII al menos inauguró el Prado).

«Género y Educación»; «Relaciones interpersonales y habilidades sociales en la comunidad educativa»; «Organización y Gestión». Contar nubes. Generalidades abstractas que gracias al Cielo no consiguen adoctrinar porque son intangibles y etéreas, y que corresponden al ámbito privado de cada cual, pero que tienen como objetivo la cría de ovejas.

Los políticos (nunca se insistirá lo suficiente sobre esto) no buscan el bien de nadie, salvo el suyo propio. Su fin último es asegurar la poltrona y los garbanzos. Más o menos como el de la mayoría de nosotros, pero ellos hacen más daño porque tienen la prepotencia y el desparpajo del iluminado y, sobre todo, porque deciden sobre nuestras vidas.

Perder la vergüenza

A veces es necesario perder la vergüenza. Hasta el pudor. Si queremos revertir la injerencia de políticos semianalfabetos, quizá haya llegado el momento de que presuman de haber leído a Montaigne quienes lo han hecho. Porque fueron los profesores y no la ministra de turno quienes leyeron a Montaigne, y por eso les pueden contar a sus alumnos por qué es una de las tareas de la vida prepararse para la muerte. Son ellos, y no el neopedagogo, quienes leyeron a Joyce, y por eso pueden contarles a sus alumnos que el lenguaje ya no tiene límites. Ellos ―y no el legislador― son quienes leyeron a Hannah Arendt, y por eso pueden hablar a sus alumnos de labor, trabajo y acción. Ellos ―y no el banco Sabadell― leyeron a Proust, y hasta se les atascó, y por eso saben lo sola que está cada persona y se lo pueden contar a sus alumnos.

Fueron ellos quienes leyeron a Einstein, y a Ortega comentando a Einstein, y por eso pueden contarles a sus alumnos que si algo busca ser la relatividad como teoría es absoluta y no relativa. Como son ellos quienes leyeron el Zaratustra (y no los psicólogos), pueden explicarles a sus alumnos por qué dentro de cada humano baila un dios.

Pero esperen ahí, porque resulta que ellos fueron ―y no el político― quienes vieron Rashomon y Los Nibelungos y hasta La muerte cansada. Vieron El gabinete del doctor Caligari gracias a un profesor vocacional, y por eso pueden garantizar a los discentes que ver películas de superhéroes puede resultar entretenido, pero es insuficiente.

El diseño de la educación de cáscara vacía tiene un objetivo ideológico e ideologizante, y huye de dos cosas como de un tifón: del esfuerzo, que es fascista, y del conocimiento, que es elitista.

Es indigno condenar la ignorancia de quien no tuvo acceso a la educación, pero no la de quien elige acumular dicha ignorancia ni de quien trata de difundirla. El Gobierno de aroma comunistarra que nos aqueja hace el cálculo sencillo de quien persigue el pensamiento único de baja intensidad: los ciudadanos ignorantes son más fáciles de manejar, y si se logra desde la más tierna infancia garantiza décadas de tranquilidad para la nomenklatura. Ah, y no se relajen, que el siguiente Gobierno hará lo mismo o algo parecido.

La educación es nuestro principal motivo de preocupación, pero también nuestra única esperanza. La función de los profesores no es clonar su pensamiento, sino dar forma a la conciencia crítica de los alumnos. Proveerles de una base, un telón, un suelo abonado y feraz. Que lean, que conozcan, que sepan. Que tengan las herramientas y el conocimiento. Que estén pertrechados. Que sean felices.

P. S.: La ilustración es de Norman Rockwell en 1946 para el Saturday Evening Post.

Que lo desees muy fuerte no hará que ocurra. (Los límites del pensamiento mágico)

Ya era suficientemente malo el pensamiento débil, formulado en 1983 por Gianni Vattimo, que siguió a Derrida en la voluntad de eliminar certezas y relativizar el conocimiento, pero es que estamos rizando el rizo. El pensamiento débil se ha convertido en el pensamiento absurdo. No es ya que cualquier opinión sea respetable (lo cual es en sí un disparate), sino que resulta habitual que un argumento sea intrínsecamente contradictorio y se dé por bueno. Algunos ejemplos:

  1. Reclamamos a la vez que se bajen los impuestos y se eleven las prestaciones sociales. Es contradictorio. Absurdo. Es como pedirle a un empresario que baje los precios y suba los salarios. El dinero no es elástico. Llamadme pesimista, pero estoy convencido de que existe la opinión generalizada de que el Estado puede pagar todos los servicios que quiera con una especie de caja mágica que nunca se agota. Que ir a la universidad pública no cuesta más que las tasas que se pagan (nos cuesta unos 8000 euros al año cada estudiante, vaya a clase o a la cafetería a pintar pancartas).
  2. Nos pirramos por lo verde y sostenible pero luego compramos relojes que hay que recargar (con lo maravilloso que es un reloj mecánico), subimos la persiana apretando un botón (es cansadísimo tirar de una cinta), usamos el ascensor para ir al gimnasio, leemos el periódico en una tableta y libros de esos que no son libros, inventamos chorradas del calibre de Hoverboard y Segway para no tener que caminar —sobre todo los niños; podrían dislocarse algo—. Entiendo que quemar combustibles fósiles para generar electricidad no contamina, porque tampoco queremos centrales nucleares. Pero enchufar cosas sí. Eso es divertidísimo.
  3. Nos desgañitamos pidiendo una educación de calidad pero pensamos que hacer deberes (leer, escribir, sumar, pensar) es un castigo.
  4. Pedimos democracia a gritos enarbolando banderas comunistas.
  5. Y mi favorita: dañar un huevo de buitre te puede llevar a la cárcel dos años pero en cambio un feto humano es un quiste. No voy a hacer más comentarios a este respecto.

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Leía esta semana un libro modernísimo sobre las nuevas generaciones que, lejos de preocuparse por aprender sobre la sociedad en que han nacido, lo juzgan todo según su propia circunstancia y las opiniones parciales que picotean aquí y allá, y se dedican a exigir derechos, soluciones y prebendas sin pensar que quizá sean ellos quienes deban proporcionarlos.

Valga esta soporífera introducción para comentar algo que me resulta curiosísimo: la crítica que se hace a la Unión Europea por tener fronteras. La Unión Europea constituye el mayor esfuerzo de la historia por eliminar las fronteras. De hecho, la UE no las tiene en su interior: son los demás países los que las conservan. Son precisamente los que ignoran que hace tres telediarios ir a Lisboa requería pasaporte los que más protestan, acostumbrados como están a disfrutar las ventajas de la Unión que tanto critican. A través de una cuadratura del círculo que roza el virtuosismo, denuestan a la organización supranacional que más ha hecho por eliminar las aduanas culpándola de que los demás países las mantengan (¡…!).

Claro que deberíamos hacer más por los refugiados que nos piden ayuda. Es vergonzoso y tenemos una responsabilidad mayor que nadie porque somos parte de la entidad política que más y mejores principios y valores encarna, sobre todo ahora que EEUU nos ha dejado en la estacada; es solo que no creo que decir tonterías produzca soluciones. De forma sorprendente ha calado la inquina que Chomsky y sus acólitos tienen a Occidente, especialmente a Europa. Plantea las cosas como si el resto del mundo hubiera tenido sistemas políticos infinitamente mejores que la democracia liberal cuando Europa fue a molestarlos con las ideas de libertad, igualdad o el imperio de la ley. Por supuesto que hemos hecho barrabasadas, pero dejamos de hacerlas antes que los demás y propusimos una tramoya filosófica que impidiera su repetición. El mundo no es perfecto, Noam, pero no pasa nada por reconocer que hay grados en la imperfección. Que nunca haga falta recordar quiénes buscan protección dónde.

 

P. S.: El modernísimo libro citado es de 1930: La rebelión de las masas, de Ortega y Gasset. Otro PProscrito de las aulas.