Tu hijo va a una academia y no lo sabes

Siempre les digo a mis alumnos que los exámenes son lo menos importante de su educación. Que son como la aguja de punto que antes se introducía en la masa para saber si el bizcocho estaba hecho (ahora que tenemos más objetos de los que podemos usar ya no se utiliza una aguja de punto, sino un «probador de pasteles», que es una aguja de punto que se vende en el departamento de repostería).

Si la aguja sale seca, es que el pastel está hecho. Imagino que los cocineros expertos no usan nada parecido: la costumbre y el oficio sustituyen a la prueba empírica. En sí, el dichoso probador no aporta nada al bizcocho. En sí, la evaluación no aporta nada al aprendizaje. Si sabes que tu alumno ha aprendido, lo felicitas y a correr. Como en un colegio ordinario hay muchos alumnos y además nadie se fía del criterio del profesorado, se les tiene que hacer un examen para poder respaldar la nota. Pero lo importante es que el bizcocho esté para chuparse los dedos: que sepan hablar, escribir, leer, calcular… y que les guste, a ser posible.

caketester

Pues bien, en Bachillerato, sobre todo en 2.º, los colegios se han convertido en lugares donde, lejos de enseñar sabiduría (la palabra sabiduría no se emplea en un colegio desde que mis abuelos eran novios), se dedica la totalidad del curso a preparar una prueba de acceso a la universidad que además los trata como si fueran imbéciles: exámenes con una estructura invariable que elimina cualquier opción de pensar, que se contestan con tres o cuatro fórmulas fijas y que imposibilitan la comprobación de si ha habido o no una comprensión profunda. En las que se les pide que hablen de un libro que no han leído. O que resuelvan un sistema de ecuaciones lineales sin que nadie les haya dicho nunca —en doce años— que las matemáticas son un lenguaje. Que el álgebra y la sintaxis son en esencia lo mismo. O que hablen sobre «el problema de la Política en Nietzsche» sin haber catado ni un texto del bueno de Federico, estudiando a ciegas los apuntes de intérpretes de exégetas de estudiosos de sus textos originales, que por cierto son más divertidos que cualquier resumen de su obra.

No hay aprendizaje, solo la preparación para una evaluación.

Se saca el molde (sin bizcocho) del horno. Se introduce el probador de pasteles en el molde, se saca (seco) y se enseña al público. Se repite la operación con otros moldes vacíos.

No mandes a tu hijo al colegio: mándalo a Lourdes

Me dice mi alumno más respondón que en el presente blog se critica mucho la educación patria pero se aportan pocas soluciones. Yo no estoy muy de acuerdo, pues creo que continuamente estoy aportando la única solución posible. Al final la repito. Pero antes voy a hacer un poquito más de crítica constructiva:

  1. El problema no es del sistema educativo. Es del sistema en general, o de la estructura o de la idiosincrasia: que el problema es de todos, quiero decir. Nos traen a nosotros el sistema finlandés o el de la Arcadia y tardamos un par de elecciones en desmontarlo y venderlo por piezas.
  2. Pero no voy a eso. Lo que quiero decir es que no hay sistema educativo eficiente en una sociedad ignorante. Como los políticos, la educación también es una tele.pngcristalización de la estructura. Tenemos el nivel educativo adecuado a un país donde Gran Hermano tiene una audiencia histórica por encima del 25 %. A lo mejor pretendemos que nuestros hijos lean a Calderón mientras nosotros vemos en la tele cómo el eslabón perdido profiere berridos disonantes. Esto no funciona así.
  3. Y es que tengo una noticia: nuestros hijos son bastante ignorantes porque nosotros somos bastante ignorantes. Ya podemos poner a un Ken Robinson en cada clase, que si cuando llega a casa nuestra criatura lo más ilustrado que nos ve hacer es meternos en as.com, la especie irá en picado. No hay colegio que pueda competir con la familia en lo educativo. Sí en la adquisición de unas destrezas, pero no es eso la educación. Que tu hijo te vea leyendo con asiduidad vale más que el cacao mental de mil pedagogos molones.

Y vale por hoy, que casi supero lo que nuestro cerebro se está acostumbrando a asimilar de una sola dosis.

Ah, prometía una solución. Lee. Lee hasta que encuentres aquello que te gusta leer y, cuando lo encuentres, lee hasta que se te caigan las pestañas. Lee por ti, por tus hijos o por postureo, pero lee. Lee porque lo que sepas será lo único que nadie te podrá quitar nunca. Lee para que esta sociedad que tantas mentiras te cuenta lo tenga más difícil.

Y si no lees, luego no te quejes de la educación. Y no lo digo por mi alumno. Él ya venía leído de casa; por eso es tan respondón.

Obreras y zánganos

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Las leyes educativas en España han sido un éxito. No sé si hay quien lo dude, pero por si acaso me explico.

Al sistema le gustan los ciudadanos confusos; Kafka lo sabía. El Estado prefiere ciudadanos calladitos; preguntadle a Solzhenitsyn. A las élites, en general, los libros les parecen objetos peligrosos; leed a Bradbury. A los partidos les priva el control (Orwell), y controlar a idiotas es mucho más fácil.

El Estado nos quiere muditos. De nueve a ocho, sufragando alegremente sus poltronas y acudiendo a las urnas para elegir entre lo disponible, que no es mucho. (Ellos sí) saben que la pluma es más poderosa que la espada, y que cuando la gente se pone a pensar surgen los problemas por doquier. Así que hay que arrancar el problema de raíz: desde el colegio. Se trata de diseñar planes educativos que destierren la Filosofía y el resto de humanidades, formar abejas obreras que mantengan a los zánganos sin protestar. Preguntadle a un adolescente si sabe quién es Hitchcock (no ya Bergman, ojo), o que lea un artículo cualquiera de la prensa y os lo cuente. Preguntadle en qué año tuvo lugar la Revolución Francesa. O en qué siglo. Es más: preguntádselo a su profesor si es jovencito. Lo mismo hay sorpresas.

Trasciende que nuestro nivel educativo es bajo, pero esa es la más peligrosa de las medias verdades. La realidad es que nuestros cachorros ya no saben leer. Como suena. Ni sumar. Ni hablar con cierta corrección. Ni cuál es la capital de Alemania. Serán unas magníficas obreras y los zánganos sonreirán como hienas, pensando en cuánto le deben a la LOGSE, la LOE o la LOMCE entre otras joyas. Leyes nacidas para formar «trabajadores eficientes y consumidores responsables», no «ciudadanos», ni «personas», ni «seres humanos».

La distopía ya está aquí, pero no importa porque nadie sabrá qué nombre ponerle.