Por favor

¿Lo han notado? Está desapareciendo. Hoy me ha ocurrido dos veces: primero en un correo se me ordena: «Envíame el comentario». Unas horas después en otro se me conmina: «Cuando te responda házmelo saber». A sus órdenes, pienso yo.

Hace un tiempo yo también caí en criticar lo que podríamos llamar la manera inglesa: resultar terriblemente educado aunque por dentro uno esté sintiendo el mayor de los desprecios. Ese «How interesting!» que en realidad es un bostezo. Hoy, en cambio, cada vez envidio más la manera inglesa. Yo no me pongo en la calle con la esperanza de caerle bien al personal ni la menor necesidad de que el prójimo me resulte entrañable: yo lo que quiero es que todos seamos escrupulosamente educados. En igualdad de condiciones (tomemos por ejemplo el caso nada improbable en que le caiga a mi interlocutor como un cólico miserere) prefiero que me muestren la cortesía estricta que facilita el trato antes que el compadreo sin distancia de quien lleva treinta monedas de oro en el bolsillo.

Siendo así, ¿qué decir entonces de quien se permite el lujo de prescindir del por favor o el gracias, como si estuvieran hablando con Google o con su gato?

Tengo para mí que estos lisiados de la urbanidad son los mismos que luego van dando lecciones morales y emitiendo certificados de buenrollismo, pero a mí me hace replantearme mi posición contraria a la pena de muerte en mucha mayor medida un maleducado que cien asesinos en serie.

La importancia de las cosas nimias

Entra dentro de lo posible que haya personas con total desprecio por la ortografía que sean exquisitas en su trato y radicales observantes de las normas de urbanidad. Es totalmente posible. Probable, incluso.

Lo que es seguro es que la persona que cuida los textos que escribe incluye involuntariamente en ellos un paquete de metadatos sobre sí mismo. Que dicen lo siguiente:

  1. «Me preocupo por ti. No sé quién eres, (lector), y quizá nunca te conozca, pero me he tomado la molestia de releer este texto para eliminar sus escollos».
  2. «Soy cuidadoso en esto y probablemente lo sea en otros ámbitos de la vida».
  3. «Conozco cómo funciona el lenguaje. Sé que la ortografía no es un adorno virtuosista, sino que si lo escribo de otra manera estoy diciendo otra cosa».
  4. «Leo. Es probable, por tanto, que sea un interlocutor interesante. Soy consciente de que mucha gente no lee y no le ocurre nada grave, pero también sé que es mejor leer».

Y todo esto gratis. Una estupenda campaña de publicidad sobre uno mismo, totalmente gratis. Claro, que con el nivelón que nos gastamos esto de la ortografía es una batalla perdida, pero ya se sabe que las batallas perdidas son precisamente las que merecen la pena.

No

Ah, y todo lo anterior puede aplicarse a esas personas que se esmeran en cosas aparentemente fútiles pero que encierran en sí mismas nada menos que el secreto de la felicidad. Lo saben los amantes del té y su ceremonia. Los calígrafos. Los que aún saludan al llegar y al irse. Los que ceden a una dama el lado interior de la acera (si queda alguno). Los que antes morirían que escribir con boli sobre las páginas de un libro. Los entomólogos. Aquel camarero que hace unos años pude ver de madrugada en un VIPS midiendo escrupulosamente la posición de los cubiertos que estaba colocando sobre los mantelitos de papel. Sin que nadie nunca se lo agradeciera. Por el mero placer de hacerlo. Consciente de que la mayor dignidad reservada al ser humano es saber encontrar el sentido de la vida en la trascendental banalidad del aquí y el ahora.

PS: Sobre el «nimias» del título, es un azar maravilloso que junto a «Insignificante, sin importancia» nimio signifique también «Prolijo, minucioso, escrupuloso».