La tilde

Vaya por delante que lo único que hizo la RAE hace unas semanas fue reformular el texto en el que se explica la norma sobre la tilde en el adverbio solo. Lástima: se perdió otra ocasión para erradicarla por completo, incluso en casos de supuesta confusión. Verán:

Si regalamos a Esteban un volante, ¿Esteban juega al bádminton o es piloto de carreras?

Si Lucas pidió todos los platos y, finalmente, vino; ¿pidió la bebida después de la comida o se acercó a nuestra mesa a saludarnos?

Si Obdulia es atleta y su carrera quedó arruinada por un segundo, ¿su declive lo propició una plata o fue por la sexagésima parte de un minuto?

¿Entonces? ¿Qué hacemos, le ponemos tilde a todos los pares de palabras homógrafas? La tilde en sólo no solo no cumple ninguno de los criterios generales de la tilde diacrítica (ni es monosílabo ni ninguna de sus formas es átona), sino que atenta contra el principio de economía y normalización que la RAE aplica desde hace décadas y que está consiguiendo una coherencia total en la acentuación de las palabras: conociendo las sencillas normas de acentuación del español es imposible ignorar cómo se pronuncia una palabra, lo que no tiene parangón en los idiomas de nuestro entorno.

Pero héteme aquí que ciertos académicos, entre los que se encuentran algunos escritores, tratan de enmendarle la plana a los lexicógrafos en el asunto del sólo. Parece ser que el argumento pueril que identifica menos tildes con una relajación ortográfica tiene más de uno y más de dos valedores; entiendo que a los nostálgicos también les parecería mal que la preposición á, el verbo fué o el sustantivo guión la perdieran en 1911, 1959 y 2010 respectivamente.

Sería revelador comprobar la escabrosa ortografía de los manuscritos que algunos de esos escritores depositan sobre la mesa de los correctores ortotipográficos y, por otra parte, sería estupendo que dedicaran su tiempo a aspectos más urgentes y que les conciernen más, como dar una alternativa a los videojueguiles farmear, grindear, streamear, respawnear y otras decenas de palabras que están arruinando el español de niños y adolescentes.

La importancia de las cosas nimias

Entra dentro de lo posible que haya personas con total desprecio por la ortografía que sean exquisitas en su trato y radicales observantes de las normas de urbanidad. Es totalmente posible. Probable, incluso.

Lo que es seguro es que la persona que cuida los textos que escribe incluye involuntariamente en ellos un paquete de metadatos sobre sí mismo. Que dicen lo siguiente:

  1. «Me preocupo por ti. No sé quién eres, (lector), y quizá nunca te conozca, pero me he tomado la molestia de releer este texto para eliminar sus escollos».
  2. «Soy cuidadoso en esto y probablemente lo sea en otros ámbitos de la vida».
  3. «Conozco cómo funciona el lenguaje. Sé que la ortografía no es un adorno virtuosista, sino que si lo escribo de otra manera estoy diciendo otra cosa».
  4. «Leo. Es probable, por tanto, que sea un interlocutor interesante. Soy consciente de que mucha gente no lee y no le ocurre nada grave, pero también sé que es mejor leer».

Y todo esto gratis. Una estupenda campaña de publicidad sobre uno mismo, totalmente gratis. Claro, que con el nivelón que nos gastamos esto de la ortografía es una batalla perdida, pero ya se sabe que las batallas perdidas son precisamente las que merecen la pena.

No

Ah, y todo lo anterior puede aplicarse a esas personas que se esmeran en cosas aparentemente fútiles pero que encierran en sí mismas nada menos que el secreto de la felicidad. Lo saben los amantes del té y su ceremonia. Los calígrafos. Los que aún saludan al llegar y al irse. Los que ceden a una dama el lado interior de la acera (si queda alguno). Los que antes morirían que escribir con boli sobre las páginas de un libro. Los entomólogos. Aquel camarero que hace unos años pude ver de madrugada en un VIPS midiendo escrupulosamente la posición de los cubiertos que estaba colocando sobre los mantelitos de papel. Sin que nadie nunca se lo agradeciera. Por el mero placer de hacerlo. Consciente de que la mayor dignidad reservada al ser humano es saber encontrar el sentido de la vida en la trascendental banalidad del aquí y el ahora.

PS: Sobre el «nimias» del título, es un azar maravilloso que junto a «Insignificante, sin importancia» nimio signifique también «Prolijo, minucioso, escrupuloso».