Yo crecí en un mundo muy distinto. Mejor en algunos aspectos y peor en otros. Seguro que el saldo neto es positivo. No obstante, una de las incorporaciones ideológicas del siglo XXI es un absoluto desastre porque el cristianismo y los valores ilustrados resolvían mucho mejor el asunto.
Se trata, claro, del lobby económico y político de inspiración neomarxista que dice estar preocupadísimo por las minorías y que lo mismo le tira pintura a una estatua de Colón que se despelota frente al Congreso porque el decoro es de derechas o cancela a quien piensa distinto.
El lobby dice defender a tantas minorías que sus banderas no caben ni en la web, y tiene tan acojonadas a las empresas con su capacidad de cancelación que acabo de encontrar una web de Volvo donde se aclara el significado de 22 banderas de minorías sexuales. No la comparto porque la minoría Volvo se me echa encima. Tengo aquí otra imagen con 96 banderas (media ONU) con colores aleatorios, pero tampoco la comparto para no ofender a la minoría daltónica.
Pues bien, a mí cuando niño se me enseñó sobre todo una cosa: amar al prójimo como a uno mismo. Es la directriz de comportamiento más parsimoniosa (con poco sirve para todo) que he conocido jamás. Nunca he encontrado una situación en la que amar al prójimo como a uno mismo no ayude, mejore o solucione un conflicto.
Pero claro, eso del prójimo incluye a todos los seres humanos, y tanto el marxismo como el neomarxismo tienen muchos problemas con la igualdad. El marxismo basa su propia existencia en la desigualdad, el odio y la violencia, por lo que colapsa ante el cristianismo como colapsa ante la paz perpetua kantiana.
Ningún sistema defiende nada que lo lleve a la desaparición, ningún sistema es teóricamente suicida, y la ausencia de conflicto anula al marxismo. Por eso a la extrema izquierda le encanta dividirnos en grupitos.
Atentar contra la dignidad de alguien por su raza, orientación sexual, estatura, nacionalidad o color de pelo es profundamente incivilizado, pero sobre todo es profundamente anticristiano. Ninguna directriz, insisto, mejora el amar al prójimo.
Otra cosa es que cierta extrema derecha (aquí hay para todos) decidiera en su momento deformar el humanismo cristiano y decidir a quiénes está bien odiar y cuándo es buena la violencia. No se puede, por ejemplo, presumir de cristianismo y de nacionalista en una sola vida. No se puede recelar del extranjero y decirse uno mismo cristiano: es una antinomia. El cristianismo no discrimina, no separa, no establece clases ni privilegia.
Cristo tampoco es el primer comunista, qué boutade. Cristo dice «vende lo tuyo, da el dinero a los pobres y sígueme». No dice «asesina a los burgueses, róbales sus propiedades y después fusila a los homosexuales».
El cristianismo no necesita guías para entender banderas porque solo existen seres humanos. El cristianismo no dedica ni un segundo a decidir si este o aquella es de los nuestros, porque solo hay nuestros. Ni un solo segundo a enseñar a quiénes hay que aceptar porque hay que aceptar a todos. Por eso los cristianos necesitamos menos pronombres.
Recuerdo una pintada en la época de Muelle que decía: «Solo un género, el género humano». Según la máquina de odio neomarxista ya ni siquiera soy del mismo género que mi hermana.
