¿Y si el mal solo puede definirse en negativo? Ni siquiera la muerte tiene verdadera importancia si no media el mal. Atribuimos maldad a situaciones donde no tiene cabida. En De profundis dice Oscar Wilde que el suelo donde ha sufrido un ser humano es tierra sagrada, pero también debería serlo el lugar donde alguien hizo el bien.
Como dice Escohotado en una canción de Calamaro, pretendemos vivir largo tiempo, pero de lo que se trata es de vivir. Un vida corta puede ser una vida plena, el hálito de vida de quien holló la tierra es un milagro de tal magnitud que siempre y bajo cualquier circunstancia mereció la pena. El momento de la muerte es la mejor oportunidad para celebrar la vida. Poner nuestro dolor por delante del privilegio que supuso compartir su camino es un acto de egoísmo.
Juan Ramón estaba obsesionado con la muerte, pero vivir pensando en la muerte es como renunciar al Quijote para no llegar al «Vale». Conocemos la muerte y su inexorabilidad, pero actuamos como si pudiera no existir o quisiéramos que no existiera. Sería como vivir sin respirar.
La mayor bendición del ser humano es su mayor condena: la capacidad de imaginar mundos donde ser felices es también la capacidad de imaginar una vida sin muerte, pero solo lo hacemos parcialmente, porque una vida sin muerte sería un infierno en la tierra. Nadie puede querer vivirlo todo (todo) infinitas veces, estar encerrado en la vida. A veces es necesario descansar.
¿Cuánto ha de durar una vida para que la demos por buena? Lo que se quiere decir aquí es que nuestro enemigo es el mal y no la muerte, y el mal está en nosotros. Cuando niños somos temerosos de los fantasmas, pero nuestro abuelo nos decía que hay que tener miedo de los vivos y no de los muertos. Trabajamos para evitar el mal, trabajamos para que la ignorancia no cristalice en el mal de los demás. El enemigo es el mal, no la enfermedad ni la decrepitud ni la muerte. El enemigo está en nosotros, ahí está la brega y el objetivo. Entonces se trata de hacer el bien, porque basta que los buenos no hagan nada para que el mal triunfe.
Por eso no se lucha contra la enfermedad, ni los enfermos son (somos, seremos) guerreros ni valientes ni héroes. Los enfermos somos simplemente vivos. Los sanos también son solo futuros recuerdos.
