Aquellas películas de los 80

La política estropea todo lo que toca. La única esperanza que nos cabe albergar es que la política solo toque a los políticos, porque ellos ya están rotos. No es un reproche, sino casi una muestra de agradecimiento: alguien tiene que desempeñar un trabajo que, con mucha probabilidad, te convierte en un mentiroso y un corrupto. No debe de ser fácil que tu trabajo te vaya carcomiendo los principios.

En el siglo XXI la política cuenta al cine entre sus víctimas: lo ha aniquilado. Hemos mejorado, si comparamos con lo que la política le hizo a Europa en el XX y anteriores: mejor que la política destruya el cine que un continente entero.

La política ha destrozado el cine porque, sometiéndolo a sus dictados paranoicos acerca de no sé qué corrección ha eliminado lo más sustantivo que tiene cualquier arte: la capacidad de aspirar a decir lo que no se puede decir de otra manera, lo que implica tanto construir mundos que no existen como hablar de lo inefable. Ese es ―era― el privilegio del arte.

Tolkien, profundo católico, lo llamaba subcreación. Cada vez me parece más dudoso que esa maravillosa alquimia amerite un sub-.

Poesía, en el sentido de los antiguos, es decir, mucho más narrativa y menos abstrusa, encuentra su raíz etímológica en ποίησις (poíesis, producción o creación). Esa raíz también la encontramos en autopoyético (que se crea a sí mismo) o en hematopoyesis (producción de los elementos presentes en la sangre). Interesa del arte la aparición, el génesis, la negación de la realidad por la afirmación de lo ficticio.

No es intención de esta entrada hablar en abstracto. Para mí esa construcción de mundos que conseguían las películas no politizadas tiene más o menos este aspecto:

Es Bruce Spence caracterizado como Jedediah el Piloto en Mad Max: más allá de la cúpula del trueno (1985) y la miniatura que aparece a su lado es Adam Cockburb como Jedediah Jr. Ambos llevan salacot, claro, porque con salacot siempre aciertas.

Había algo profundamente sugerente en el personaje de Jedediah, que para mayor enigma/leyenda tenía una relación de parecidos y diferencias con el capitán Gyro de Mad Max 2, también interpretado por Spence. En todo caso, ambos nos proporcionaban un estereotipo del aventurero, del explorador del desierto postnuclear con un ramalazo steampunk más que evidente.

Para más inri, Spence se parecía y se parece a Stewart Copeland, batería de The Police, lo que traía inmediatamente el aroma de Tea in the Sahara, la canción del 83 basada a su vez en El cielo protector, el libro de Paul Bowles. Se construía así una especie de metafísica del desierto, una caracterización de la última frontera, el hallazgo feliz de un nuevo territorio a conquistar. Zedediah y su hijo nos invitaban a explorar lo inexplorado, que es lo que debería hacer el arte por encima de todas las cosas.

Por eso murió el cine de aventuras primero y el cine después. Porque el artista está hoy obligado a llenar la obra de una serie de condicionantes DEI/woke/neomarxistas. Es la política, entonces, instrumentalizando el arte para aniquilarla, como hizo siempre que la tocó con sus manos ponzoñosas. Así pintaba Pyotr Konchalovsky en 1917:

Scheherazade, 1917. Pyotr Konchalovsky

Y así lo hacía en 1948, 30 años después, una vez la URSS hubo decidido que el realismo social(ista) era el único estilo admisible. ¡Que desaparezca todo rastro de creatividad, de imaginación, de libertad!

De la siega, 1948. Pyotr Konchalovsky

¿Cómo expresar la tristeza que nos produce que el marxismo haya vuelto a tomar las riendas del arte, de lo que es aceptable o no en el arte, pero esta vez en todo el mundo y no solo en la URSS? ¿Cómo hemos permitido este disparate?

Y, de forma colateral pero dramática, ¿cuánto tiempo perdemos combatiendo la censura de la política de la cancelación en lugar de pergeñar obras dignas, imaginativas, pujantes? Todo esto es soportable porque adivinamos la llegada de una generación mejor que la nuestra, que pierda el miedo a opinar, a protestar y a crear. Los jóvenes son, como siempre, nuestra esperanza más acabada.

P. S.: Lo de Bruce Spence es notable: el tipo aparece en al menos alguna de las entregas de estas cinco sagas: Mad Max, La guerra de las galaxias, Matrix, El señor de los Anillos y Narnia. Sale en la estupenda Dark City, de propina. Si no lo recuerdan en la Tierra Media quizá sea porque no han visto la versión extendida de El retorno del rey:

La boca de la Boca de Sauron. Grande, Bruce

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