El libro de las maravillas

Con Marco Polo pasa como con Ryszard Kapuściński: las dudas sobre la veracidad de lo que cuentan no empaña un ápice el placer de leerlos. Cabe hacer dos precisiones con el veneciano: por una parte, al principio del libro nos avisa de que parte de las cosas las escuchó y no las presenció; por otra, el unicornio de Basmán (Sumatra) que tanto ha dado que hablar, es efectivamente un unicornio. Solo que nosotros los llamamos rinocerontes. Otros problemas no tienen una solución tan sencilla, como la ausencia del nombre de Marco Polo en las fuentes chinas, incluidos los registros de Yangzhou, de donde teóricamente fue gobernador. Ya saben que las anécdotas conviene adornarlas un poco.

Lo que es seguro es que estuvo en Kafiristán mucho antes que Daniel Dravot y Peachy Carnehan, que siguieron sus pasos. Que pudo ver las tropas del Kan y sus generales desplegadas en el campo (se tardaba un día en recorrerlas de flanco a flanco). Que estuvo en los cotos amurallados de Kublai, por donde paseaba el Kan «con un leopardo a la grupa» por si de repente le apetecía cobrar una pieza. Que conoció los usos y costumbres de los tártaros, como beber la sangre de sus caballos para mantener el calor. Cuando el Kan muere, su cortejo de camino a la capital asesina a cuantos súbditos encuentra «para que vayan a servir a su señor». Hay pueblos en los que los padres que han perdido un hijo buscan una familia que haya perdido una hija y los casan en espíritu, y se consideran ellos mismos parte de la misma familia…

Palacios de bambú donde dragones dorados sostienen cúpulas preciosas, y los últimos años del Preste Juan, por añadidura, o los montañeses del reino de Ferlec, que por una parte comen carne humana (mal), pero por otra «adoran lo primero que ven por la mañana» (fantástico).

La repercusión del libro que Rustichello de Pisa escribió al dictado de Marco Polo es difícil de medir, toda vez que Cristóbal Colón tenía un ejemplar que anotó con profusión y que se conserva en Sevilla. Sabemos que la caída de Constantinopla fue capital en la búsqueda de otra ruta hacia las Indias… las personas con agarre se inspiran entre sí mientras los demás, pobres comparsas, asistimos anonadados.

Es muy conveniente llamar a las cosas por su nombre. De Descripción del mundo o Los viajes de Marco Polo, pasando por Il Milione, sin duda su mejor título es el de El libro de las maravillas, que es literalmente lo que es. No hay interés geográfico, etnográfico o histórico que supere en placer el de una lectura sosegada y hedonista de sus maravillas.

Y lo que maravilla, también y sobre todo, es que a pesar de haber protagonizado un viaje (con o sin gobierno de Yangzhou) que ya quisieran los viajeros posers que nos restriegan sus viajes anonadantes a través de Instagram, el bueno de Polo no dedica un minuto a darnos la turra con su propia figura de viajero y nos habla del otro, de los otros. De la otredad, que dirían Les Luthiers. He ahí un portento para la cultura umbilical de hoy: un hombre cuya vida fue magnífica y que sin embargo la pasa por alto. La contrafigura del mundo de hoy, donde figuras insignificantes atosigamos a los demás con nuestra propia importancia.

Fotografía: Mezquita Azul, Estambul, 2025. © Sergio C. Yáñez

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