Café

El café lo explica todo.

Respecto a comprender la vida en su conjunto, un sorbo de café puede resultar tan útil como una biblioteca.

Ningún sabor divide tanto el paladar de la niñez del de la edad adulta. «Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño».

No es que cambien olfato o paladar; es que la ignorancia termina por ceder. El café no es dulce como algodón de azúcar, pero oculta entre sus cientos de estratos algo muy parecido a la verdad.

Se toma café ante una noche de trabajo o la perspectiva de un buen libro. En el momento catártico de la resaca.

El café es amargo, robusto, acre como una patada en la espinilla y ácido como el sarcasmo. Es una mezcla de gasolina y tabaco. Una metáfora de la vida.

No se trata de presentar ante la parca un bonito cadáver ni de trampear el paso del tiempo. Se trata de llegar derrapando, viendo cómo caen a nuestro alrededor hermanos y enemigos, escupiendo sangre y con la carcajada salvaje de haberlo pasado muy bien.

Lo contrario del café no es el algodón de azúcar: es la anestesia.

P. S.: Sí, es Oliver Reed. No, no está sujetando una pinta.