Escribir en España es siempre quedarse corto

En Sharpe y el águila del imperio, la novela con que Bernard Cornwell ―autor también de El último reino― inicia la saga del fusilero Richard Sharpe, y en el contexto de la batalla de Talavera de 1809, en la que ingleses y españoles luchamos hombro con hombro, o casi, el escritor inglés cuenta como cuatro cuerpos de soldados locales salieron huyendo en tropel durante los prolegómenos de la refriega al escuchar los disparos… de sus propios fusiles.

El episodio, viniendo de un escritor inglés y teniendo en cuenta la proverbial inquina que en general nos han profesado los británicos (y nosotros a ellos, uno se mide al fin y al cabo por la entidad de sus enemigos) tiene toda la pinta de ser falso… hasta que uno lee el testimonio del propio general De la Cuesta, que se vio obligado a fusilar a 50 de sus propios soldados por desertar.

En una novela los hechos reales rechinan por insólitos, pero en España el surrealismo no es más que costumbrismo. Berlanga lo sabía.

Pero vamos al turrón. Si la anécdota de Cornwell parece forzada de tan real, los periódicos nos dejaron la semana pasada una imagen perfecta de lo que son nuestros políticos, una pirueta alegórica que ningún escritor podría soñar conseguir. Una síntesis virtuosa de todo lo que debería reunir la buena literatura: metáfora, desvergüenza, economía de medios y capacidad de maravilla.

No sé si recuerdan a José Félix Tezanos, el hombre que se gasta al año 16 millones de euros (más de dos broncanos) en hacer encuestas que luego condimenta hasta el sonrojo para darle gustito al marido de Begoña.

Pues bien; el marido de Begoña, al darse cuenta de que un CIS dirigido por Tezanos es capaz de despistar hasta a Su Clarividencia, y en lo que entiendo que es el último intento del marido de Begoña por mantener algún contacto con la realidad, ¡ha contratado a José Pablo Ferrándiz, un politólogo experto en comportamiento electoral para que le diga la verdad!

Es maravilloso. Dado que los 16 millones de euros no son suficientes para que Tezanos controle sus instintos y no cocine las encuestas con setas alucinógenas, el marido de Begoña se ha visto obligado a gastarse nuestro dinero, además de en el quehacer lisérgico de Tezanos, en otro asesor más que le descuente las mentiras que le cuenta el bueno de José Félix.

Es que, insisto, el asunto rezuma esencia literaria: desbordado por el monstruo que él mismo ha creado, despistado por la mentira que le sufragamos entre todos para que crea que alguna vez sacará más escaños que Almunia, el cónyuge de Begoña ahora tiene que pagarse ―como un tirano alucinado que juega a los soldaditos de plomo alternando dos gorras de plato― un nuevo sueldo a nuestras expensas para no tragarse las mentiras que le cuenta José Félix, al que paga para que le mienta. No, en serio, piénsenlo: paga a Tezanos para que le mienta y a Ferrándiz para que le diga en qué le miente Tezanos. No sé, a mí la única imagen que me viene a la cabeza es la de Chaplin bailando con un globo terráqueo.

Si un escritor imaginara una alegoría semejante el Cervantes sería instantáneo. Qué demonios: el propio Cervantes se le aparecería en su casa para hacerle una reverencia. En cambio, nuestro amado líder lo perpetra como si nada. Y mientras ustedes, que son unos tunantes, solo se fijan en que encarga a los etarras las leyes sobre seguridad o que su partido apoya la tortura en Venezuela. Manía de ver el vaso medio vacío.