Ya lo saben: la Comunidad de Madrid va a prohibir para el próximo curso el uso de pantallas en Educación Primaria pública y concertada. Interesan diversos aspectos de la decisión, el más importante de ellos el de que los colegios dejemos de ser agentes de adicción para los miembros más frágiles de la sociedad. Dicho sin ambages, la decisión impedirá que los profesores sigamos siendo los primeros camellos de los niños madrileños.
Hace dos semanas en este blog se avisaba de la posibilidad de hacer el ridículo intentando ser el más moderno y convirtiéndose como por arte de magia en caspa.
Las pantallas son de pobres
Mi compromiso con este blog es el mismo que el de Phoebe con los niños de la biblioteca: no sé qué de una vaca y unas hamburguesas.
Una persona confiable lo dijo hace tiempo: los hijos de las élites están aprendiendo a amasar pan. La pantalla es la destilación perfecta de la mentalidad de pobre: una trampa del crecimiento bajo un aspecto de sofisticación.
Ahora vamos con eso, pero para caracterizar la diferencia entre la mentalidad de pobre y la de rico (y no es necesario ser ni una cosa ni la otra para tener ni una ni otra mentalidad) valga el concepto de los gastos termita. Los gastos termita son esas pequeñeces que el pobre, pensando que consumir es de ricos, acomete sin rebozo. Total, son tres euros. Total, 1,80. Total, 400 euros al mes. El rico, en contra de lo que piensa el pobre, no gasta. El rico ahorra, y solo gasta cuando después de mucha reflexión decide que ese gasto esa inversión merece la pena, entre otras cosas, porque la heredarán sus nietos. El rico gasta pocas veces aunque gaste mucho más en cada operación; le sigue compensando.
La pantalla es la materialización de lo que deberíamos llamar el tiempo termita: creyendo que estamos haciendo algo con nuestro recurso más preciado, lo estamos en realidad tirando por el desagüe, como si nos sobrara, de la misma manera que hacemos con los tres euros o el 1,80. Total, lo miro dos minutos. Total, lo vuelvo a desbloquear. Total, 300 horas al mes.
Por si fuera poco, a menudo las dos termitas se juntan, porque ¿quién no tendría la aplicación de Amazon en el móvil, con lo cómoda que es? ¿Han visto lo accesible que es la página de Zara? Y si por mala suerte necesito pagar en vivo puedo al menos hacerlo con mi iPhone, como los ricos. Total, por unos ridículos 20 euros al mes hasta 2030 Movistar casi me lo está regalando. Los ricos heredan las mesas de roble de sus antepasados, pagadas a tocateja; los pobres heredan las deudas de sus abuelos por un móvil que ya no existe.
Cui prodest? Todo círculo necesita un cierre, un broche, una burla final. ¿A quién beneficia esa miradita al móvil, ese euro con ochenta? Lo han adivinado, a los que compran mesas de roble macizo para seis generaciones. Uno no se pasa la infancia amasando pan y estudiando libros de verdad para ser pobre, sino para diseñar la trampa del crecimiento suprema: el método de drenaje definitivo del exiguo peculio de los pobres. Los pobres somos vacas lecheras en los establos de las empresas transnacionales. La próxima vez que vean a un rico sosteniendo una tablet observen hacia dónde apunta su pantalla.

