La vida de los otros

El pasado fin de semana Ibai Llanos puso a 9 millones de personas a ver cómo un puñado de influencers (el término inglés para exhibicionista) hacían como que boxeaban entre actuaciones musicales del calibre de Melendi o Los del Río en la so-called Velada del Año V.

Comparar lo acaecido el sábado en La Cartuja con el boxeo de verdad viene a ser lo mismo que considerar tauromaquia las evoluciones del bombero torero o pensar que la mafia calabresa de Ferraz es un partido político.

Siendo entonces que el boxeo de verdad no sería capaz de reunir a 80000 almas en un estadio ni a una audiencia de 9 millones a través de Twitch, queda preguntarse por qué todos ellos prefieren ver boxear a pintamonas antes que a boxeadores reales.

Renunciar a la propia vida

Estamos obligados a pensar que el motivo para presenciar esa farsa (ojo, a 190 cucas las entradas de pista) estando consciente y orientado es la magnética personalidad de los no-púgiles, y es aquí donde entramos en aguas más profundas.

Porque cabría pensar que el motivo por el que la muchedumbre quiere ver boxear a RoRo o TheGrefg es el mismo que les impele a ver a una cocinar y al otro videojugar o, con más precisión, formar parte de sus comunidades.

Y es que tengo para mí que el motivo para presenciar la vida de los demás antes que protagonizar la propia, participar en un chat en lugar de irse de chatos o sentirse partícipes de las coñas internas de los demás en lugar de tener coñas internas en el grupo de amigos propio es que por algún motivo hemos claudicado ante nuestra propia vida y preferimos vivir a través de los demás. Ver cómo juega otra persona en lugar de jugar nosotros es quizá el epítome de esto. Nos da pereza sostener el mando.

Uno de los mayores privilegios de ser humano es la posibilidad de pertenener a comunidades, ya sea la familia o los amigos o el equipo o los compañeros de clase o la patulea que habita Wilderness. Y en consecuencia una de las mayores sorpresas que la vida depara es la facilidad ―estrechamente relacionada, me temo, con todo lo anterior― con que las personas permiten que esos valiosísimos grupos humanos se diluyan en humo (en polvo, en sombra, en nada) y por tanto tengan que recurrir a las bromas internas de los youtubers porque ellos se han quedado sin panas con quien tener bromas internas.

Pues al fin y a la postre quienes se reúnen en torno a su equipo en un estadio de fútbol tienen en común eso, el amor a su equipo de fútbol, pero me temo que lo único que tienen en común los anónimos zoomers del sábado es una profunda e indescriptible soledad.