Silencio

El silencio es el ruido de los pensamientos o, mejor, es su preámbulo. Pensamos que el ser humano, en ausencia de obstáculos, camina hacia lo que es más conveniente para él. No es cierto: a menudo huimos de todo lo que es bueno. El silencio es, junto al orden, el lujo más económico.

Los calígrafos japoneses utilizan para escribir barras de tinta Sumi en lugar de tinta líquida. Dicen que el proceso de frotar las barras contra la piedra para licuarla y mezclarla con agua les aquieta la mente. Es necesario aquietar la mente antes de escribir.

Pirrón preconizaba la epojé, la suspensión del pensamiento, la ausencia de afirmación o negación para afrontar una reflexión sana, preclara y fuerte. Es necesario, de nuevo, aquietar la mente.

Silencio no es aquí literal, porque el silencio total, paradójicamente, amplifica los ruidos. Se trata de una calma, de un despojarse (que suena como, aunque no deriva de epojé), de un dejar de lado todo para afrontar la tarea ante nosotros no como si fuera la última sino como si fuera la única.

Es un silencio que niega lo que nos aflige o conturba, que orilla lo innecesario, que permite la concentración.

Es necesario limpiar los pinceles antes de volver a utilizarlos. Es necesario limpiar la mente antes de volver a utilizarla. El sueño es el agua de la mente. El sueño es el silencio definitivo, porque aparta al mundo de nosotros. Por eso los sueños lúcidos son una traición, un desengaño. No poder soñar, no poder desentendernos de nosotros nos conduce a la locura.

Si sonara, ese silencio se transfiguraría en el conjunto de caóticas probaturas que acometen los miembros de la orquesta antes de sincronizarse en el lenguaje más sublime. Exactamente el sonido que suena al comienzo de Nightswimming, de R.E.M. La tempestad que precede a la calma.