Sir Gawain y el Caballero Verde: el poema que fascinó a Tolkien y sus dos películas a evitar

Existe en nosotros el ansia de lo medieval. Siempre estuvo ahí, pero durante la última década lo medieval se antoja imprescindible. La imagen de la Edad Media que ha llegado hasta nosotros puede ayudarnos en un puñado de cosas: entre ellas, la gestión del tiempo y la necesidad de fama.

Las cifras dicen que la vida humana es mucho más larga ahora que hace mil años, más o menos el doble. Las cifras mienten. Ustedes, san Agustín, Husserl y yo sabemos que más importante que la duración objetiva de las cosas es la duración subjetiva. Que una tarde mirando el perfil de la montaña dura mil veces más (aprox.) que una tarde mirando el móvil. Esa lentitud, ese desgranar la vida sin prisa tiene otro nombre: serenidad.

Pero es que además se nos impone la necesidad de la fama. Por si el día no fuera ya lo suficientemente corto, la fantasmagoría de cuidar nuestras redes sociales para alcanzar mayor difusión nos permite participar engañosamente del anhelo por excelencia desde la segunda mitad del siglo XX: ser famoso. El artista/artesano medieval desprecia la fama: el sentido último de lo que hace es lo que hace. He ahí una de las recetas de la felicidad.

Esa ansia de lo medieval hace que siempre terminemos por volver a Tolkien y su fantasía legendaria. A Wagner y su fantasía legendaria. A su vez, hace que Wagner y Tolkien miraran a la Edad Media para sus obras maestras. A su vez, hace que los pueblos europeos vuelvan sus ojos a la Edad Media para establecer sus mitos fundacionales. Arturo, Sigfrido, Beowulf, Roldán.

Esa búsqueda a veces produce hallazgos de importancia vital (Los Nibelungos, de Fritz Lang). Otras no dan la talla, en cambio, o aciertan el tiro pero no exprimen del todo el busilis medieval. Pues bien; existe una pequeña joya para la que no estábamos preparados: Sir Gawain y el caballero Verde, un poema inglés del siglo XIV sobre la llegada a Camelot de un extraño caballero vestido de verde y los desvelos que le provocará a sir Gawain, sobrino y paladín del rey Arturo.

Fue precisamente Tolkien quien la rescató, hasta el punto de editarla (y es esa edición la considerada canon), pero como no vamos a mejorar las palabras de Luis Alberto de Cuenca al respeto, dejemos que hable él mismo:

«Movimiento, color, viveza en los detalles: son las características fundamentales del autor de Gawain, que demuestra un ingenio y una agudeza poco comunes, además de un finísimo sentido del humor.

[…]

Todo tiene el calor y la vida de la experiencia y la complicidad. Los paisajes, la atmósfera, los sonidos. Todo se inscribe en el relato con una enorme libertad que racionaliza el prodigio y da un rostro a la maravilla».

Ningún relato de origen o ambientación medieval que servidor haya leído satisface tanto las espectativas como Sir Gawain y el Caballero Verde. Es relato de chimenea, de abandono del mundo y sus desdichas y zambullida en la única felicidad verdadera, la que proporciona la literatura.

Alguien más ha debido de fijarse en los últimos tiempo en el relato anónimo, pues en 2021 el estadounidense David Lowery escribió, produjo y dirigió El caballero verde, una cinta rodada según el método postmoderno de resultar críptico para aparentar ser profundo. Un bodrio, en otras palabras, y para más inri todo lo contrario de la gozosa sencillez del relato original. Ni la Vikander se salva.

Mención aparte merece la versión homónima de 1984, de esa época en que Sean Connery aparecía en cuanto proyecto disparatado se le pusiera a tiro. Observen:

Sí, lleva acebo en la cabeza. Es Sean Connery y puede ponerse lo que quiera

La película está protagonizada por un Miles O’Keeffe disfrazado de He-Man a quien resulta muy difícil perdonar, y aunque es un disparate en sí misma yo volvería a intentar verla sin dormirme antes que revisitar el pretencioso pestiño de Lowery.

Alianza acaba de reimprimir Sir Gawain (2021), y hay una edición escolar de Siruela de la que no puedo responder. Pero si este invierno les asalta la nostalgia del cuerno de caza y la mística de lo artúrico no lo duden: el genio que pergeñó nada menos que «el mejor texto artúrico inglés» no va a decepcionarlos.

P. S.: La joya que abre esta entrada es El último sueño de Arturo en Avalon, de Edward Burne-Jones.