Hacia el autogolpe de Estado

En primer lugar, alguien debería decirle a los de las chinchetas que la inmensa mayoría de los españoles pensamos que a Netanyahu se le ha ido la pinza hace muchísimo tiempo, pero que a diferencia de ellos no confundimos a Netanyahu con Israel. Esto es curioso, por otra parte: los de las chinchetas confunden a Netanyahu con Israel pero le piden a Netanyahu que no confunda a Hamas con Palestina. Los de las chinchetas están, como Netanyahu, cegados por el odio.

Si tuviéramos un mínimo de cultura política o de sentido de la realidad nos daría escalofríos ver a Narciso Enamorado llamar a la rebelión a un país… de cuyo Gobierno él es presidente. Más, infinitamente más, con antisemitismo de por medio.

Uno se manifiesta, supuestamente, ante quien tiene el poder o las atribuciones para cambiar las cosas. Lo demás es pose. Si la manifestación del domingo hubiera tenido un motivación real, más allá de reventar un evento deportivo en Madrid, debería haber sido ante quienes tienen posibilidad de cambiar las cosas, es decir, de ejercer una presión real sobre Israel. Y, aunque parecería una broma que lo intentaran, esos son los ministerios de Defensa y de Exteriores en primer término y el Gobierno en segundo.

Es decir, que lo que Narciso estaba alentando el mismo domingo (da miedo la sonrisa con que anunciaba su «respeto a los deportistas») era una manifestación contra sí mismo, lo que desprende un aroma fortísimo a uno de los eventos más dramáticos, cínicos y terminales que se puedan dar en un país democrático: el autogolpe de Estado.

A estas alturas, quien crea que España está a salvo de cualquier contingencia que se le pase por la cabeza a Nerón para salvaguardar no ya la honra, que no tiene, sino el poder, es un iluso o un extremista.

Es probable que viendo lo que pasó el domingo el tirano ya haya entendido las ventajas que para alguien para él tiene el autogolpe: subversión del orden cívico por fuerzas ajenas a él, potencial victimización que le llevará a emplear la fuerza, confusión en el reparto de culpas que para alguien con problemas para decir la verdad fomentará la criminalización del adversario. Estamos en manos de un pirómano y le hemos puesto en las manos una garrafa de gasolina.

Madrid

La delegación de Gobierno en Madrid ha enviado 1200 efectivos para controlar a los de las chinchetas, lo mismo que a un partido de liga ordinario.

Este verano TVE, la televisión que humilla a sus periodistas deportivos haciéndoles comentar los eventos a distancia porque el dinero para enviarlos a los estadios se lo llevan muerto Broncano, Intxaurrondo y Gonzalo Miró, utilizó la misma palabra que Lo País en pandemia, «madrileñofobia», para alentar el odio a Madrid, la provincia cuyos habitantes pagan en mayor proporción ese despilfarro alucinante que es TVE, y que lo hacen sin rechistar.

Ya se dijo que los próximos fascistas dirían luchar contra el fascismo. Narciso Enamorado ya debe de saber a estas alturas que haga lo que haga sus palmeros van a seguir lamiéndole las botas (¿pero de cuánta gente hay fotos en la sauna?) y que los de enfrente tenemos unas tragaderas bastante apreciables. Pinta mal, pero no nos queda otra que plantar cara. Suerte a todos.

P. S.: Hoy visita Madrid una de las hinchadas más delictivas de Europa Occidental. Verán como la delegación de Gobierno protege la capital desplegando a Mortadelo y Filemón armados con tirachinas.

Lágrimas de caimán

Al incauto lo camelan a la ida y a la vuelta. Conviene, por tanto, permanecer alerta.

Se vienen roedores sobrepujando regalas, o sea, las ratas van a empezar a saltar del barco como un solo hombre.

Una tara del hombre común (es decir, del hombre honrado) es la incapacidad de imaginar hasta dónde puede llegar la depravación cuando esta se desata, la velocidad a la que el escándalo de hoy hace sombra al escándalo de ayer.

Corremos el riesgo, por tanto, de que nos la claven hasta en la retirada.

Durante las próximas semanas vamos a ir viendo desfilar todo tipo de rostros contritos, de ojos en blanco y cómo-pudiste-hacerme-esto-a-mí. De tipos que a las cinco de la tarde no han tenido tiempo de comer, pobres. Piensen en Chivite: su primera lágrima no había tocado el suelo cuando su nombre ya comenzaba a sonar como parte y no solo como juez.

Llegará el momento, por insólito que parezca, en que Mahesú vuelva a poner en práctica sobre su propio esternón todo lo que aprendió viendo Gorilas en la niebla, pero esta vez de fingida estupefacción y no de apoyo incondicional.

¡Ese será el momento de estar atentos! Porque mal está irse de lumis con nuestro dinero, pero al fin y al cabo el drogadicto putero y ladrón cuenta con una naturaleza de babosa contra la que poco se puede hacer y que ni él mismo oculta, pero hay algo intrínsecamente nauseabundo en hacerse el estupendo rajando del amigo caído en desgracia cuando lo único que uno ha hecho hasta ese momento es reírle la gracia al putañero.

Conviene recordar entonces, por mucho que Gracita Bolaños o Yoli Tenacillas se hundan el esternón entonando el «por su culpa, por su culpa, por su gran culpa» que no, que la culpa es suya de ellos, que lo sabían todo y lo saben todo, y que lo que deploran no es la iniquidad del colega sino que lo hayan pillado con el carrito del helado. Que esta banda tiene menos principios que la propia camorra, porque al menos ellos le llevan una tarta con limón al compañero enchironado y no lo dejan caer como las lápidas blanqueadas que pululan por Ferraz.

P. S.: De la podre, resultaron ser el partido de la podre y no de los pobres. Veleidades de la paronomasia.

Resiste, Pedro

Cuando parece que el mundo está contra ti es cuando los hombres verdaderamente geniales saben brillar.

El destino, a menudo agraz con los grandes, te ha puesto trampas ante las que el hombre común habría claudicado. Te ha dado, sin tú saberlo, un número 2 corrupto, un número 3 corrupto, un hermano con dificultades para encontrar su puesto de trabajo, una mujer que trapichea con empresas y universidades. Un suegro proxeneta. Ahora dicen que amañaron las primarias para hacerte ganar (los que estaremos aquí hasta el final sabemos que lo hiciste por guapo). Hasta te escribieron la tesis sin tú saberlo. Malditos.

Cuando te falten las fuerzas recuerda los golpes gorilescos de Mahesú, el apoyo desinteresado de etarras y supremacistas, las lágrimas de Chivite. Tienes que resistir, Pedro, porque muchos dependen de ti. ¿Qué hará Margarita sin tus humillaciones, Hernand sin tu suela, Charo sin tu póster? Aguanta, Pedro, por lo menos hasta que desmontemos la Cruz. Aguanta un poquito, hasta que te rescate Lo País o Broncano (ay, pobre Broncano) o el voto por correo. Aguanta porque Franco.

Tienes que aguantar, sobre todo, porque no será hasta el final, hasta el último párrafo de la última página, cuando entendamos realmente quién eres, cuando comprendamos lo lejos que estamos todavía del cubil de la bestia y recibamos la benéfica lección de que un sistema democrático puede albergar monstruos. Necesitamos hasta el último punto de la última página. No te vayas ahora. Ya no.

¿Qué podemos aprender de la actitud del club que soborna a los árbitros?

Nuestras madres nos enseñaron que las relaciones humanas son como jarrones de la dinastía Ming: algunas palabras, por pronto que se retiren, las rompen para siempre. Podemos pedir perdón, podemos intentar pegarlas, pero ya nunca es igual, porque somos seres, en esencia, idealistas.

Y es que no se pueden pasar por alto ciertas cosas. Si lo hacemos, aceptamos que el mundo está mal, que la ética es solo una palabra, que es muy cansado hacer las cosas bien.

El yerno de un proxeneta no debería nunca ser presidente del Gobierno de una democracia liberal. Si hay que explicar esto es que estamos peor de lo que pensamos. Tampoco debería serlo, ojo (y aquí esta entrada pierde a la otra mitad de sus lectores), el amigo de un narcotraficante. «Cuando yo lo conocí solo era contrabandista» dice el tipo, para arreglarlo.

Para que triunfe el mal lo único necesario es que la buena gente no haga nada. Y el mal está triunfando, porque las pequeñas concesiones a la flojera moral terminan siempre por convertirse en catástrofes históricas. «¿Como pudo suceder esto?» nos preguntamos luego siempre. «Porque una vez, en el recreo, hace muchos años, te burlaste de alguien más débil que tú».

El yerno de un proxeneta no debe ser presidente de nada, entre otras cosas, porque en España hay muchísimas personas cuyos suegros no regentan burdeles vaporosos.

Esto nos lleva al Barcelona, el club que paga dinerito fresco a los árbitros para que le favorezcan en el campo y, lo que es más alucinante, no está en segunda. El club que no debería haber inscrito a Dani Olmo, el club que alineó indebidamente a Íñigo Martínez ante Osasuna sin que nunca pase nada. Les sonará Íñigo Martínez, es el jugador que escupe a los rivales cuando las cosas no le van bien. Luego volvemos a él, porque hay más.

El Barcelona es uno de los clubes que agravia al himno de todos nosotros sin que ocurra nada. Es el club cuya masa social lanza al campo botellas de whisky y cabezas de cerdo porque ¡otro equipo fichó a uno de sus jugadores! y adivinen: nada ocurre. El Barcelona es el club que no se presentó a un partido de Copa y no recibió sanción, es el club que falseó sus cuentas para poder inscribir e inscribió, el club de Ovrebo en Stanford Bridge, de la segunda amarilla a Van Persie, de los penaltis por desmayo contra el PSG.

El club ―solo un dato más, así como resumen― que después de sobornar a los árbitros durante 17 años, no fue sancionado con penalty en contra durante 78 jornadas de Liga. Y aquí seguimos, silbando melodías.

Pues bien: ese es el club que esta semana ha protestado por haber recibitdo un arbitraje neutral. La primera conclusión es clara: quien recibe prebendas durante tanto tiempo termina por detestar la justicia, se convierte en un cuerpo extraño a toda idea de equidad.

¿Qué podemos, entonces, aprender de todo lo anterior? Si superamos la náusea, el asunto nos permite reflexionar sobre la disciplina, las amenazas no cumplidas y la tolerancia infinita hacia los comportamientos reprochables.

Porque está en nuestra naturaleza pensar que cuando malcriamos a alguien, cuando sobreprotegemos a alguien, cuando damos más de lo que deberíamos dar estamos ganando prestigio o ameritando agradecimiento. Lo que estamos haciendo, simple y llanamente, es crear ―criar― un monstruo. Alimentar a la bestia.

P. S.: En el fútbol hay dinastías, categorías de jugadores que se agrupan por sus características. La de Íñigo Martínez es la de Jordi Alba, que tampoco es el cuchillo más afilado de la cocina: aquellos jugadores a los que ni siquiera soportan en su propio vestuario.

Aquellas películas de los 80

La política estropea todo lo que toca. La única esperanza que nos cabe albergar es que la política solo toque a los políticos, porque ellos ya están rotos. No es un reproche, sino casi una muestra de agradecimiento: alguien tiene que desempeñar un trabajo que, con mucha probabilidad, te convierte en un mentiroso y un corrupto. No debe de ser fácil que tu trabajo te vaya carcomiendo los principios.

En el siglo XXI la política cuenta al cine entre sus víctimas: lo ha aniquilado. Hemos mejorado, si comparamos con lo que la política le hizo a Europa en el XX y anteriores: mejor que la política destruya el cine que un continente entero.

La política ha destrozado el cine porque, sometiéndolo a sus dictados paranoicos acerca de no sé qué corrección ha eliminado lo más sustantivo que tiene cualquier arte: la capacidad de aspirar a decir lo que no se puede decir de otra manera, lo que implica tanto construir mundos que no existen como hablar de lo inefable. Ese es ―era― el privilegio del arte.

Tolkien, profundo católico, lo llamaba subcreación. Cada vez me parece más dudoso que esa maravillosa alquimia amerite un sub-.

Poesía, en el sentido de los antiguos, es decir, mucho más narrativa y menos abstrusa, encuentra su raíz etímológica en ποίησις (poíesis, producción o creación). Esa raíz también la encontramos en autopoyético (que se crea a sí mismo) o en hematopoyesis (producción de los elementos presentes en la sangre). Interesa del arte la aparición, el génesis, la negación de la realidad por la afirmación de lo ficticio.

No es intención de esta entrada hablar en abstracto. Para mí esa construcción de mundos que conseguían las películas no politizadas tiene más o menos este aspecto:

Es Bruce Spence caracterizado como Jedediah el Piloto en Mad Max: más allá de la cúpula del trueno (1985) y la miniatura que aparece a su lado es Adam Cockburb como Jedediah Jr. Ambos llevan salacot, claro, porque con salacot siempre aciertas.

Había algo profundamente sugerente en el personaje de Jedediah, que para mayor enigma/leyenda tenía una relación de parecidos y diferencias con el capitán Gyro de Mad Max 2, también interpretado por Spence. En todo caso, ambos nos proporcionaban un estereotipo del aventurero, del explorador del desierto postnuclear con un ramalazo steampunk más que evidente.

Para más inri, Spence se parecía y se parece a Stewart Copeland, batería de The Police, lo que traía inmediatamente el aroma de Tea in the Sahara, la canción del 83 basada a su vez en El cielo protector, el libro de Paul Bowles. Se construía así una especie de metafísica del desierto, una caracterización de la última frontera, el hallazgo feliz de un nuevo territorio a conquistar. Zedediah y su hijo nos invitaban a explorar lo inexplorado, que es lo que debería hacer el arte por encima de todas las cosas.

Por eso murió el cine de aventuras primero y el cine después. Porque el artista está hoy obligado a llenar la obra de una serie de condicionantes DEI/woke/neomarxistas. Es la política, entonces, instrumentalizando el arte para aniquilarla, como hizo siempre que la tocó con sus manos ponzoñosas. Así pintaba Pyotr Konchalovsky en 1917:

Scheherazade, 1917. Pyotr Konchalovsky

Y así lo hacía en 1948, 30 años después, una vez la URSS hubo decidido que el realismo social(ista) era el único estilo admisible. ¡Que desaparezca todo rastro de creatividad, de imaginación, de libertad!

De la siega, 1948. Pyotr Konchalovsky

¿Cómo expresar la tristeza que nos produce que el marxismo haya vuelto a tomar las riendas del arte, de lo que es aceptable o no en el arte, pero esta vez en todo el mundo y no solo en la URSS? ¿Cómo hemos permitido este disparate?

Y, de forma colateral pero dramática, ¿cuánto tiempo perdemos combatiendo la censura de la política de la cancelación en lugar de pergeñar obras dignas, imaginativas, pujantes? Todo esto es soportable porque adivinamos la llegada de una generación mejor que la nuestra, que pierda el miedo a opinar, a protestar y a crear. Los jóvenes son, como siempre, nuestra esperanza más acabada.

P. S.: Lo de Bruce Spence es notable: el tipo aparece en al menos alguna de las entregas de estas cinco sagas: Mad Max, La guerra de las galaxias, Matrix, El señor de los Anillos y Narnia. Sale en la estupenda Dark City, de propina. Si no lo recuerdan en la Tierra Media quizá sea porque no han visto la versión extendida de El retorno del rey:

La boca de la Boca de Sauron. Grande, Bruce

La religión es el opio del comunista

Les voy a pedir que utilicen su imaginación hasta lo inconcebible.

Imaginen que en una democracia de nuestro entorno (Unión Europea, OCDE o el entorno que ustedes prefieran) existiera un presidente que mintiera más que el barón de Münchhausen y que ni siquiera hubiera escrito su propia tesis doctoral al frente de un gobierno de ministros puteros y/o comunistas, casado con la hija de un empresario prostibulario que estuviera investigada por tráfico de influencias, corrupción en los negocios, apropiación indebida e intrusismo.

Imaginen un gobierno que nombrara a un portero de puticlub consejero de la principal empresa ferroviaria del país y vocal del consejo rector de sus puertos. Ya, ya sé que estoy llevando al límite su imaginación.

Imaginen un hermano del presidente acusado de malversación, prevaricación y tráfico de influencias.

Imaginen que ese gobierno pactara con secuestradores y asesinos las leyes de seguridad de ese país. Que indultara a los golpistas. Imaginen que eso gobierno estuviera encabezado por un partido político que, de hecho, hubiera dado un golpe de Estado hace décadas.

Imaginen que ese mismo partido se hubiera gastado más de 650 millones de euros destinados a trabajadores desempleados, entre otras cosas, en prostitutas y cocaína. A estas alturas seguro que han percibido cierta querencia del partido imaginario del país hipotético hacia la prostitución. Lo han adivinado: los miembros del partido ficticio se declararían acrisolados paladines de la mujer. Puteros, pero paladines.

Imaginen, en un sobreesfuerzo que roza la temeridad, que ese partido político recibiera millones de votos. ¿Da para tanto su imaginación? Posiblemente no, y he aquí por qué.

La paradoja

Una de las citas más famosas de Marx es la de que la religión es el opio del pueblo, y es una cita interesante. Marx es interesante cuando la semichorrada de la lucha de clases se sustituye por el estudio de las élites.

© Mbzt CC BY 3.0

Porque sí, la religión ha sido un instrumento de las élites para perpetuarse en el poder. Como Hammurabi, a quien vemos en la parte superior de la estela recibiendo sus atributos reales de Shamash, el dios del sol y la justicia. O los faraones, o los reyes del Antiguo Régimen, que según Bodino fueron designados por Dios para ostentar la corona.

Religión en sentido lato, claro: los mecanismos y anhelos de la mente que conducen a la religión. Su capacidad de aferrarse a dogmas de manera acrítica. Su tendencia a fomentar tanto la cerril defensa de lo propio como el odio sin medida a lo extraño.

Porque esa es la principal razón de los socialcomunistas para continuar siendo socialcomunistas y apoyar a los que consideran los suyos: la fe ciega.

Entonces Marx sigue vivo apoyándose en los mismos mecanismos que le afeaba al capitalismo; la adhesión irracional a un programa que no es ni demostrable ni falsable. Porque son las élites en general (incluyendo las comunistas) las que utilizan esos mecanismos y no solo las élites que Marx consideraba el enemigo. Por error de cálculo u omisión interesada la izquierda ignora que la revolución deviene siempre élite cuando victoriosa. Y la élite siempre se aprovecha de las debilidades del rebaño. No hace falta pertenecer a la Escuela de Frankfurt para entender esto.

No comprendemos por qué el votante de izquierdas se obstina en apoyar a chulos, drogatas o ladrones porque no entendemos que sus cerebros no están reflexionando filosóficamente sobre consideraciones éticas, sino bajo el mismo hechizo hipnótico que los derviches. No es una cuestión de compromiso social o teoría política. El socialcomunista, aunque moriría antes de reconocerlo, vota con el fervor religioso de un yihadista o un Thug.

P. S.: El de la primera foto es Manco Cápac, fundador semilegendario de la civilización incaica a quien se considera hijo del Sol. A 13 000 km y tres milenios de distancia de Hammurabi y sin contacto posible entre ellos y, sin embargo, ambos reciben el poder del Sol. Cosas veredes.

P. S. S.: Leo que el socialcomunismo empieza a cuestionar la presunción de inocencia y (entiendo que) por extensión la Ilustración. Deberíamos empezar a tener algo de miedo, aunque si su intelectual de referencia (de ellos) es Mahesú Montero el miedo sin duda se atenúa.

De Nerón a Trump

Nada nuevo bajo el sol.

Verán. A mediados del siglo I Boudica y Prasutago reinaban de forma más o menos tranquila sobre los icenos, una tribu del este de Britania. De forma más o menos tranquila porque vivían en alianza con Roma, es decir, con Nerón, que gobernaba desde el año 54.

Prasutago debía dinero a Roma, no sé si les suena, y estableció que a su muerte el reino quedara dividido entre el imperio y sus dos hijas, Isolda y Sorya, quienes aparecen junto a su madre Boudica en la estatua frente a Westminster que encabeza esta entrada.

Héteme aquí que a la muerte de Prasutago, Roma (¡oh, sorpresa!) no respetó el acuerdo y se apropió de todo el territorio a la manera romana: azotaron a la reina, violaron a sus hijas y convirtieron a los nobles en esclavos.

Excepto por la traición, nada acerca las dos historias que nos ocupan. Hasta que pensamos en los motivos, claro. Siempre son los mismos motivos.

En Britania abundaba el plomo, que Roma necesitaba para cañerías, objetos de peltre y hasta ataúdes. Hay plomo britano en Pompeya. En Britania había plata, que Roma utilizaba en la mayoría de sus monedas. Cobre para broches, cucharas y estatuillas. Oro, hierro, carbón, estaño…

En Ucrania, ya lo saben, se encuentra el 5 % de las reservas mundiales de cobre, litio, níquel, cobalto, grafito y muchos otros minerales clave en la pedantescamente llamada «transición energética». Para 2030 (¿de qué me suena a mí el año?) la demanda de estas materias se habrá triplicado.

Es una buena idea estar al día del algunos ―no demasiados― acontecimientos de la actualidad. De algunos caracteres, algunas formas de pensar, algunas psicologías y mecanismos políticos de rabiosa actualidad, como Nerón y el imperialismo. Estén al día; lean historia.

Lamebotas

En España, sea por la alcalinidad del agua o por la acidez del suelo, se da el lamebotas.

En la penúltima gala de autobombo del cine español hizo su aparición estelar un ser que puso el listón del lamido de bota a una altura inalcanzable para el lamebotas común. La Mondo Duplantis de la sumisión turiferaria, al ver en lontananza al tirano que nos oprime poniendo cara ―una vez más― de que la estrella era él, sacó tres cuartas de lengua y tras postrarse de hinojos ante el campeón de la izquierda le aplicó una serie de lametazos sonoros y enjundiosos a las botas del hombre que da miedo a la gente de su propio partido.

El tirano, profundamente enamorado de los lengüetazos o de cualquier humillación pública que roce la dominación sádica, supo responder al chupeteo de la cobista a través de la Agencia de Retribución del Pelota (RTVE, por sus siglas), que no solo provee a la aduladora de una considerable sinecura, sino que regala a la tiralevitas cantidades puntuales del dinero de todos. Porque sí, cada lúbrico lametón nos cuesta una pasta.

Y es entonces cuando llegamos a uno de los acontecimientos «musicales» más kitsch de este lado del Telón de Acero (el comunista): el Benidorm Fest.

En ese contexto, y mientras los fajos de dinero le asomaban entre las cartas de amor a nuestro Gran Timonel, la lamesuelas decidió darle un nuevo impulso a su carrera tildando a Madrid de «sumidero horroroso».

Ya saben ustedes que con ciertas cosas uno se puede meter en público sin el menor rebozo, pero a mí que me insulten con mi dinero pues como que me calienta la facundia.

Al rojerío patrio le molesta Madrid. Les molestamos porque no sabemos votar y porque pagamos impuestos sin rechistar en lugar de intentar sajar al Estado como hacen los partidos separatistas que sostienen en el poder al tirano. Pero lo que más molesta a los bolcheviques que están transformando España en un Estado sin Derecho es lo poco que nos gusta a los madrileños que nos digan lo que tenemos que hacer.

Hace mucho, por ejemplo, que Lo País considera simpático fomentar lo que ellos llaman «madrileñofobia». Es en esa circunstancia cuando la vocera subvencionada estimó conveniente subirse al carro progre atacando a la capital del Estado que le da de comer. Es importante insistir en esto: aprovechando la televisión pública española que le pagamos todos, la agradecida locutora vocinglera utiliza ese carísimo tiempo para atacar a la capital del Estado. Pura lógica socialista, esa de morder la mano que te da de comer.

Tenemos lo que merecemos, pues desconozco que alguien haya pedido la salida de la lamebotas de la Agencia de Colocación del Paniaguado (RTVE, de nuevo por sus siglas) por insultar a más de 3 millones de personas. Nuestro alcalde estará, supongo, ocupado contemplando extasiado el espantajo que nos ha colocado en Colón.

Fanfarria para el hombre común

El mayor logro de los últimos 300 años es la constitución de la noción de ciudadano en el siguiente sentido: la emancipación del vasallo mediante la reapropiación de la soberanía, es decir, la transformación del objeto político en sujeto político. Que los García, en fin, sean igual de respetables, dignos y responsables que los Sajonia-Coburgo-Gotha.

La esperanza de todo lo razonable que podría haber en la sociedad es esa algo gris pero razonablemente ilustrada pequeña burguesía que no trata de llamar la atención, que no está radicalizada y que está más o menos de acuerdo en la democracia liberal cuya génesis protagonizó ella misma.

Ese ser humano que paga impuestos sin rechistar es la clave de las sociedades occidentales desde el siglo XV cuando menos. Lo del hombre común u hombre corriente y la propia fanfarria son posteriores: es el vicepresidente estadounidense Henry A. Wallace quien en su discurso de 1942 y sobre la entrada de EE. UU. en la Segunda Guerra Mundial habla de «los albores del siglo del hombre común».

Como era el hombre común el que iba a tener que ganar la guerra, Aaron Copland consideró oportuno dedicarle la fanfarria que compuso a instancias del director de la Orquesta Sinfónica de Cincinnati, Eugene Goossens, que reclamaba a Copland entre otros músicos «enérgicas y significativas contribuciones al esfuerzo bélico».

El hombre común gana (y pierde) las guerras, paga los impuestos y viste los cuellos azules y blancos que la alta burguesía le proporciona. El hombre común es por definición mayoría, y aunque tiene como todo hijo de vecino una ideología, no vive para imponerla ni dramatiza su pertinencia.

El tumor

Todos viven, por tanto, del hombre común y, sin embargo, todos parecen odiar al hombre común.

El hombre común tiene que escuchar todos los días las sandeces de los extremistas de uno y otro confín tratando de convencerse a sí mismo de que la estupidez es pasajera y que somos la generación más leída de la historia. Desgraciadamente, esto ya no es así.

El hombre común se ve obligado a observar cómo la millonada que le paga cada año al Estado sufraga el clientelismo y la corrupción de la clase política, cuando no directamente a sus camellos y burdeles. Clase política; volveremos sobre ella.

El hombre común detesta por igual el comunismo y el fascismo (sabe que son la misma mentira perniciosa) y considera al mundo un lugar imperfecto donde no existen soluciones sencillas. Teme a los iluminados y a los vendedores de humo. Al hombre común le gusta el hombre común.

Sabe que nunca un político arregló nada, pero los soporta con estoicismo porque ha leído lo suficiente como para saber que la alternativa a los políticos son los militares. Solo hay, hasta la fecha, dos maneras de organizarnos: democracia o guerra.

El hombre común está muy orgulloso ―debe estarlo― de haber terminado con el poder arbitrario del Antiguo Régimen. El hombre común venera la Ilustración. Se sabe un producto de la Ilustración.

El hombre común comienza a darse cuenta de que en su seno ha nacido y crecido un tumor: una nueva aristocracia cuyo único norte es el dinero y que son muchísimo más difíciles de guillotinar porque los muy cabrones se apellidan García y no Cominges ni Dampierre.

A la democracia le ha crecido una excrecencia de políticos profesionales hijos de políticos profesionales que solo contemplan la cosa pública como forma de enriquecimiento (o de apareamiento, como Errejón) y no como servicio a sus semejantes.

El hombre común, lo sepa o no, ya no dirige el cotarro, porque hay una manada de tíos corruptos deseando colocar a sobrinos incompetentes. Hay una clase social (son una clase social estanca, privilegiada y con mucha hambre) difícil de detectar porque se apellida Gómez o Sánchez y no Villamejor ni Montmorency, y que como lo único que busca es medrar le da igual que el padre sea escolta de Franco mientras el hijo se lo lleva muerto presumiendo de socialismo (hola, Griñán). El caso, como diría Errejón, es pillar. Ya llegará alguien de su misma clase social que los indulte o les multiplique el sueldo por diez o les abra la puerta de un Consejo de Administración. Todos son Zaplana; a todos les «hace falta mucho dinero para vivir».

Para que triunfe el mal lo único que hace falta es que la gente buena no haga nada. La solución nunca la puede proporcionar quien ha causado el problema. No podemos esperar que esta sarta de comisionistas, narcisistas, puteros y ladrones nos saquen las castañas del fuego antes de que exploten. No podemos mirar al otro lado como si la solución estuviera en su reflejo especular. Si queremos permitirnos el lujo de seguir ―o volver a― llamarnos ciudadanos tenemos que volver a entender cómo funciona el asunto.

No debimos aguantar la primera muestra de soberbia de esta reata de malnacidos. Habiendo demostrado que no solo tenemos la mirada de la vaca ante el tren sino también su misma falta de arrojo, lo único que nos queda es que venga Margarita Robles y nos eche la bronca por no inclinar la cerviz con la suficiente profundidad.

Una cosa es entender la política como un mal necesario y otra cosa presenciar sin hacer nada el ascenso de una plutocracia que entre políticos profesionales y empresarios lobunos está poniendo cada vez más difícil recordar que la soberanía es nacional y popular. Estamos mucho peor de lo que pensamos: solo nos quedan los jueces; son lo único que nos separa de que nuestros hermanos venezolanos exiliados en Madrid nos recuerden conmiserativos: «ya os dijimos que veníamos del futuro».

P. S.: Hoy esta entrada y la Fanfarria de Copland está dedicada a tres hombres comunes de Albal, Godella y Paiporta cuya detención ya nadie recuerda, pero que nos recordaron lo que es la dignidad.

Tenemos los políticos que merecemos

Si pagando un 40 % de impuestos aceptamos que cuando vienen mal dadas (cuando, por ejemplo, llega el agua y nos llena de barro la casa) quienes nos limpien las calles y las casas y nos den alimento y abrigo sean nuestros vecinos y no nuestros gobernantes (servidores públicos) puestos de rodillas y rascando el lodo con las uñas es que tenemos exactamente los políticos que merecemos.

Que el Estado de la 15.ª economía mundial no haya sido capaz de organizar una respuesta colegiada y poderosa ante una tragedia como la valenciana y como consecuencia de esa inacción no hayamos ido a la plaza de Manises y a la Moncloa con antorchas a exigir que nuestros gobernantes servidores comiencen a recoger el barro con la lengua lo único que indica es que tenemos instalada en el tuétano una sumisión servil que ya quisieran para sí los cortesanos de la primera dinastía egipcia, que se dejaban enterrar vivos con el faraón.

El ejército español cuenta con 120 000 efectivos. El Gobierno español, a través de su agencia de publicidad (RTVE), paga 14 millones al año al palmero televisivo de su amado líder. En ese mismo escenario los españoles dependemos de la caridad de nuestros convecinos para contrarrestar los efectos de una catástrofe como la valenciana, y si protestamos somos ultraderecha. Si podemos tragar con eso podemos tragar con todo, y ellos lo saben.

Un país sin ciudadanos

Ellos (que llevan gobernando España desde 1982) saben que esta versión del turnismo funciona porque vienen los fachas o porque vienen los rojos, alternativamente, y como el habitante de España (no el ciudadano) tiene como principal gasolina electoral el odio y el miedo y ellos fomentan ese odio y ese miedo, el turnismo, una vez superada la crisis de la pasada década, tiene un futuro más esplendoroso que la cuenta corriente de Broncano.

Que Sánchez y Mazón sigan a estas horas en la poltrona solo se entiende porque vienen los fachas, o los rojos, y porque en España esa clase media ilustrada y pequeñoburguesa que tiene biblioteca en lugar de redes sociales no es más una minoría menguante en lugar de aquella mayoría que una vez soñó ser. Porque entre la amenaza de rojos y fachas que vienen y van y una población (pero no una ciudadanía) que se debate entre el sesgo y la ignorancia absoluta, la próxima vez que nos pongan una urna delante tenemos toda la pinta de ir a votar a la misma caterva de facinerosos que se reparten al azar las siglas porque que gobierne siempre el mismo partido (que es lo que en realidad ocurre) queda feo.

Esta reata de políticos iletrados que elegimos entre todos y a los que pagamos entre todos para que sigan desmontando nuestra democracia en nuestra santa cara no son de los nuestros, pero los ponemos ahí nosotros, y mientras esto no apunte a una elección meritocrática que tenga en cuenta algún logro, algún mérito, no sé, como escribir las propias tesis o al menos saber escribir, las futuras generaciones, que tratarán de encontrar alguna explicación a por qué nos dejábamos gobernar por delincuentes, solo encontrarán en nosotros una respuesta mecánica, inane, como de tonto del pueblo: «Es que venían los fachas».

P. S.: «Si necesitan más recursos que los pidan», dijo el faraón, sin saber que al decirlo estaba respondiendo por fin a la gran pregunta: «¿Cómo me recordará la historia, Màxim?». Y no me vengan con que estaba poniendo los recursos a disposición de la Comunitat, porque observen la diferencia: el rescate de Globalia estaba ultimado ya el 8 de agosto de 2020 cuando se pidió oficialmente dos días después, el 10 de agosto. Ahí no; ahí no hizo falta ni pedirlo.