Esto sí que es una nueva esperanza (contiene spoilers)

Durante la última semana he descubierto dos perlas respecto a las cuales no puedo aducir falta de expectativas dado que Yáñez y Castro me habían hecho críticas entusiásticas de una y de otra.

La primera es Rogue One, película que en teoría es-de-la-saga-pero-poco y en la práctica esta más a la altura de IV, V y VI que I, II, III (puaj) e incluso VII (no tan puaj). Las comparaciones con El despertar de la fuerza son inevitables y entiendo que odiosas para J. J. Abrams: Rogue One es a El despertar de la fuerza lo que el primer disco de Oasis a cualquiera del tercero en adelante: la misma diferencia entre echarle ilusión a las cosas o querer vivir de las rentas. Lo que echábamos en falta allí está aquí: la certeza de viajar, el peligro, la épica. Sobre todo, lo que hace que Star Wars no sea solo entretenimiento: el bien y el mal como trama y urdimbre inexcusables de la naturaleza humana. Los secundarios de Rogue One son una metáfora de la propia película: lo trivial se acaba convirtiendo en indispensable a base de echarle verdad.

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Nadie los llama para quedar pero ellos salvan la galaxia, y de paso la saga. Real heroes

La otra perla es La La Land (no pongan esa cara, más me extraña a mí), lo cual tiene doble mérito dado que en ella aparece el impasible, el apático, el inane Ryan Gosling. Además del rendido homenaje a la edad de oro del cine judío (perdón, quería decir estadounidense) que es toda la película, del musical me sorprendió su pulcra sutileza, pero sobre todo la valentía que supone en 2017 gastarse una pasta en una peli que se atreve a narrar a través de la música. En los malos musicales sobra la música, en los buenos sobran las palabras. De sombrerazo el diálogo entre el piano de él y el baile de ella (enorme Stone).

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Viva lo retro

Pero no son las virtudes respectivas las que han dado impulso a esta entrada: es su virtud común, su inopinada virtud común. Pongamos como premisa que el tema más manido en el cine tiene que ver con Eros (con el permiso de Tánatos); con una suerte de amor romántico meloso y egoísta que tantas expectativas despierta y tantos batacazos facilita. Ahora repasemos el comportamiento de los protagonistas y secundarios de Rogue One: una banda formada por desechos de tienta que sin la menor esperanza de que aquello llegue a buen puerto deciden convertirse primero en héroes y luego en mártires, sin presumir, sin ni siquiera pasarlo bien. Sin un maldito gracias. No solo salvan la galaxia, sino que además propician que Skywalker se lleve el mérito. Filantropía estelar. Lo de La La Land es igual de desprendido pero mucho más sencillo de explicar: es una versión tan depurada de amor que antepone la felicidad del otro a todo lo demás, incluida la posibilidad de una vida juntos. Olé ellos. Por eso acaba bien. Por eso se sonríen.