Profesores del mundo, resistid

¿Cuántas veces un profesor, convencido de la pertinencia de una dinámica, la abandona por considerarla anticuada o, dicho de forma más precisa, porque los demás la consideran anticuada?

¿Cuántos dictados hemos dejado de hacer en España por cómo sea visto desde fuera? ¿Trabajamos bajo la imaginaria vigilancia de expertos en PBL, PNL, flipped classroom (es lo de siempre pero en inglés o en sigla), aprendizaje cooperativo, análisis emocional, enseñanza adaptativa, aprendizaje contextual, informal, espontáneo y transversal?

No me malinterpreten. Todos los enfoques mencionados constituyen una aproximación analítica a principios útiles, es decir, son la cristalización del sentido común aplicado a la educación. Fantástico, nada que objetar. Lo que pienso (y lo pienso cada vez más) es que son secundarias, opcionales y algo obvias. Y que, sin embargo, las estamos poniendo por delante del (y en muchos casos en lugar del) aprendizaje real.

Puedo recordar elementos de cada una de las propuestas antedichas en las clases en las que participé de crío. No sé, o yo tenía profesores extraterrestres o antes el buen hacer docente se trataba de forma sintética y no se parcelaba ni se le ponía nombres molones. Ah, y se dejaba en manos de los profesores.

Por alguna razón se ha ido deformando el perfil de los profesores de hace treinta años (a los que de forma torticera se denomina «tradicionales», «antiguos» o «clásicos») hasta convertir su recuerdo en el de un sociópata que soltaba largas e infumables charlas, exigía solo memorización y mostraba una total despreocupación por las particularidades y las emociones de sus alumnos. No sé, pero yo no recuerdo ninguno que cumpliera esas condiciones. ¿Que no eran perfectos? Seguro. Como usted, como yo y como el lucero del alba.

Voy a formular una teoría bastante macarra: quizá quienes definen (en realidad solo ponen nombres) tan innovadoras herramientas y metodologías sí tuvieron profesores así, pero en tal caso, ¿son los mejor posicionados para regir los designios de la educación? Diría que no. En esta detracción de los profesores que nos educaron detecto cierto resentimiento, y el resentimiento no es buen consejero salvo para la venganza.

Yo sé que los congresos en educación son una cosa imprescindible y que rellenar sus programas es tarea ardua, pero si la mayoría de sus artífices no son profesores y además (según mi peregrina teoría) no tuvieron buenos profesores, ¿por qué hacerles caso?

Hace años (ignoro si lo sigue haciendo) un profesor iba de charla en charla pavoneándose de llevar «todo lo que necesitaba como profesor» en un pen drive. No sé si el tal profesor sigue en libertad, lo que sé es que lo decía porque suponía que quedaba bien decirlo.

Ser docente exige una profesionalidad análoga a la de cualquier trabajador, quizá algo más, y una tecnología (conjunto de conocimientos y técnicas) que permita saber cómo conseguir los objetivos de manera eficiente. Si nos vamos a dejar llevar por lo que diga cualquier psicopedagogo intentando colocar un paper es que valoramos en muy poco nuestra misión y capacidades, y mereceremos que la legión de opinadores legos que tratan de decirnos cómo hacer nuestro trabajo sigan haciéndolo.

(La imagen corresponde a El flautista de Hamelin, de Alice E. Colquhoun)