Dos profundistas, Jacques Mayol (Jean-Marc Barr) y Enzo Molinari (Jean Reno) compiten por la plusmarca de descenso en apnea. Mientras, Mayol conoce a Johana Baker (Rosanna Arquette). ¿Deberían verla? A mí qué me cuentan. Pero mi opinión es esta.

Por qué no ver El gran azul
- Porque es la típica película que nos gusta a los gilipollas: larga (hay que ver la versión extendida de casi tres horas, y además en versión original, porque no está doblada en su totalidad), esteticista y francesa. En realidad es ítalo-yanqui-francesa. En Francia, de hecho, es de culto; ya se sabe que a los franceses les gusta la pose más que a mí. La película es lenta, o introspectiva, que es lo que dirás si te gusta, y la banda sonora de Éric Serra le va como anillo al dedo pero no ayuda a moverla.
- Porque es tan certera que incomoda. Lo digo en serio, no como cuando los famosos dicen «¿Mi principal defecto? La sinceridad». No. Realmente incomoda. Sobre todo a todos los que hayan tenido alguna vez la tentación de seguir al delfín. Para esos, la película es como estar encerrado en una habitación sin puertas (hasta el final, donde Besson pone la puerta).
- Porque uno de los supuestos retratados no quería que la viéramos. Parece que Enzo Maiorca cambió de opinión tras el suicidio en 2001 del otro retratado, Jacques Mayol, pero hasta entonces estuvo muy enfadado con la imagen que su trasunto (Enzo Molinari) da de él. Esto es muy extraño por dos motivos: en primer lugar, la peli se basa lejanísimamente en ellos: de hecho Maiorca y Mayol no coincidieron en su infancia y para más inri el italiano no se llama como él. En segundo lugar, Reno hace el papel más redondo de su carrera (sí, más que Léon) y, a pesar de que el propio Maiorca fuera legendario, no se puede uno enfadar nunca con Reno. Si este párrafo ha quedado críptico, no les ayudará que les diga que Mayol participó en el guion de la película.

Por qué ver El gran azul
- Porque te crees que pasaste tu infancia en una isla griega. Da igual que de pequeño te bañaras con un balde y que lo más marino que hubieras catado fuera una postal de Gandía: las imágenes en blanco y negro son las de tu infancia, y a partir de ahí ya estás jodido.
- Por Rosanna Arquette: no solo por ella, que es puro ochenterismo, sino por Johana Baker. Primero, porque impide que la ratio de personajes estrambóticos supere lo admisible; segundo, como consecuencia directa de lo anterior, porque ancla la película a la realidad; tercero, porque cuando se le pide lo inasumible ella termina por comprender y se convierte en cómplice del estremecimiento mayúsculo. Perdonen la pedantería pero estoy intentando no destripársela.
- Porque es tan certera que incomoda. Ahora sí lo escribo como elogio. De algunas cosas solo puede hablar el arte y no hay mejor manera de hacerlo que à la Besson. La película es pura metafísica, pero Arquette, Reno y Castellitto (el ayudante de aquel) impiden que uno tenga la sensación de «a ver qué no entiendo de la siguiente escena» de las películas de Terrence Malick. Está bien lo de plantear preguntas, pero a veces las películas deberían explicar cosas. Por ejemplo, cómo funciona la mente de un chalado y por qué no puede funcionar de otra forma.
- Porque la película hace algo que es tremendamente difícil: ser filosófico-existencial-contundente y a la vez mítica. Ahí hay un responsable máximo: Reno comiendo pasta, Reno con un neopreno de la bandera italiana, Reno buceando en una piscina borracho, Reno tocando el piano, el niño que se parece a Reno comportándose como si fuera Reno… Un franco-marroquí de ascendencia española (se llama Juan Moreno y Herrera-Jiménez, no les digo más) interpretando a un italiano con ínfulas es lo mejor que le podía pasar a esta película. Hay que agradecerle a Besson que se dejara de fidelidad a los hechos y se dedicara a hacer una obra maestra.
- Porque no le gusta a los críticos (ni a los yanquis). Digo esto sin tener la menor base, solo la sospecha. Los críticos cinematográficos son esas personas incapaces de sentir ya cualquier emoción ante una película. Piensan en términos de ángulos de cámara y utilizan palabras como narrativa, sensibilidad y onírico sin el menor recato. En cuanto a los estadounidenses, cambiaron el final y la música de Serra para estrenarla allí. No tenían ni esperanzas.

Vale, sí, me rindo. Véanla. Y si no les gusta, mejor: así podremos polemizar ante bebidas de cierta graduación.