Esta es la portada más fea que he encontrado para ilustrar mi advertencia sobre La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons. Yo me he leído la edición de Impedimenta, pero no pongo esa portada porque Impedimenta edita muy bien y lo mismo os dan ganas de comprarla.
Advertencia, insisto, no crítica, y la escribo porque conmigo ya somos tres las personas que aprecio que hemos caído como incautos ante las referencias de la trasera a Wodehouse y Evelyn Waugh. De hecho, alguien se ha atrevido a decir que «se la considera la novela cómica más perfecta de la literatura inglesa del XX», así, en impersonal, para repartir culpas. Es decir, que no solo se cepillan a los dos citados supra, sino a Chesterton, Conan Doyle (Las aventuras del brigadier Gerard es de 1903 y no hay color) o a Saki.
A lo que íbamos. Aunque al principio hace algún elegante ejercicio de sátira y se sitúa del lado del cínico sarcasmo inglés que tanto nos gusta a los esnobs, la trama en seguida se despeña hacia el género literario conocido como bodrio. La historia no interesa, los personajes se confunden y los lugares comunes se suceden. Solo al final se adivina algo de humor; las carcajadas de la autora riéndose de nosotros. Aquí:
«—Charles, tienes unos dientes… divinos».
Y aquí:
«—[…] Oh, Flora, soy insoportablemente feliz».
Qué poco respeto al papel en blanco, que diría Fernán Gómez.
PD: Lo de los «dientes… divinos» (la cursiva no es mía) me recuerda a una frase de Mr. Holmes, la aceptable novela de Mitch Cullin en la que la traductora se permite escribir: «Visitaron un mercado donde Holmes compró un abrecartas ideal». Holmes nunca compraría nada ideal. De hecho, al oír la palabra ideal quemaría el mercado y se inyectaría un chute de cocaína. Lo ideal es leerse el canon holmesiano y dejarse de pamplinas. Aquí dicho canon a un precio más que razonable.
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