Que todo el mundo pueda opinar no quiere decir que todas las opiniones sean respetables, y mucho menos que todas sean ciertas.
Lo que para un español signifique ser español tiene muy poco peso si lo comparamos con lo que en efecto significa ser español.
Ser español en 2017 no es una cuestión afectiva ni hormonal (aunque cada cual sea libre de sentirlo así, no faltaba más). Ser español es un atributo jurídico y político con consecuencias administrativas: una serie de derechos y obligaciones ignotos en otras latitudes y longitudes. En ese sentido, lo más parecido a ser español es ser francés, alemán, portugués o italiano (a no ser que pensemos, como todos los nacionalistas que en el mundo han sido, que haber nacido en un lugar concreto confiere poderes extraordinarios).
Eso que España es (un Estado de Derecho) implica entre otras cosas que un cuerpo o cuerpos legalmente conformados y con la legitimidad que otorga la democracia vigile el cumplimiento de las leyes. En caso necesario, mediante el uso de la fuerza. Son los únicos autorizados a ejercerla: es lo que llamamos el monopolio de la violencia. Puede ser un sistema mejorable (algunos incluso proponen que sea el delincuente quien golpee al policía), pero de momento es el mejor que conocemos. Todos los demás están basados en el «posyocreoqué» en lugar de en el «las mentes más despejadas de Occidente desde Pericles opinan que».
Establecido lo anterior, la bandera española es la plasmación gráfica de esa pertenencia. Es un hecho objetivo, no una apelación afectiva. Que en unos despierte un inefable orgullo y a otros les provoque acidez estomacal entra dentro del ámbito particular. Respetable pero discrecional. No solo las leyes no tratan los sentimientos sino que cuando estos comienzan a exacerbarse alguien termina por invadir Polonia.

En cuanto a banderas, las doce estrellas de la UE constituyen un logro mayor, porque representa una unión más amplia y una sorprendente capacidad para ponerse de acuerdo. Estaría encantado (y llevábamos ese camino) de que la bandera española ocupara en mi imaginario el escalón regional mientras el nacional lo llenara la de los Estados Unidos de Europa, porque la Unión Europea es el mayor esfuerzo pacifista jamás acometido y lo diametralmente opuesto al nacionalismo. La UE es un puñetazo al mentón del provincianismo, por eso el Reino Unido (donde, aparte de Londres, son bastante provincianos) ha puesto pies en polvorosa.
PD.: Este asunto no quedará aquí, pero de momento solo quiero añadir la gloriosa aportación de Juan Aboitiz: «¿Mediadores? Cuando la gente no se pone de acuerdo ya existen mediadores. Los llamamos jueces».