Esa peligrosa palabra

Siempre que alguien menciona la palabra tolerancia se me enhiestan las orejas como a un podenco en temporada. Cuando se habla, por ejemplo, de «educar en la tolerancia», no puedo evitar pensar que lo que se planea es educar en la permisión exclusiva de un cierto paquete de valores y no de los demás. En general pasa los mismo con lo que se ha dado en llamar «educación en valores», expresión que en realidad significa «educación en mis valores». Aún recuerdo los años fatídicos en los que lo que se intentaba inculcar era la conciencia crítica, es decir, la capacidad de construir un utillaje ético propio a través del conocimiento y la responsabilidad. Qué asco de generación la nuestra, llena de librepensadores cargantes que leen libros raros y escriben con palabras demasiado largas. Por no hablar de la anterior, repleta de (re)conocidos fascistas falócratas como Javier Marías o Pérez-Reverte.

Pero mis problemas con la tolerancia van más allá, porque la palabreja es más peligrosa de lo que parece. Tolerar no significa respetar, porque el español es exacto y sutil, sino permitir (de momento) tus estúpidas ideas. Se toleran las religiones no oficiales cuando existe una religión oficial, superior y obligatoria. Se toleran las ideas apócrifas, las castas inferiores, las corrientes paganas. Solo se puede tolerar desde la superioridad moral del perdonavidas.

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Cuando los judíos aún eran tolerados en la Alemania nazi

«Ni más ni menos que nadie», dijo mi madre, lo que me obliga a no tolerar ni ser tolerado.

Siempre que alguien empuña la palabra tolerancia es porque no tiene muñeca suficiente como para blandir la otra, la buena, la que se nos va desliendo como la foto en el bolsillo de McFly o el mismísimo reino de Fantasia: la tolerancia es la versión sucedánea y envenenada de la libertad.

2 Comentarios

  1. mesabele dice:

    Permitir es darle carta abierta a los déspotas.

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