Minorías creativas

Es mucho más fácil arreglar el mundo que ser amable.

Para ser un iluminado con la receta del bien universal solo hace falta mucho carisma y algo de retórica; la capacidad de encandilar a un público crédulo con ardientes soflamas. Resulta conveniente, además, que nuestras proclamas estén salpicadas de sofismas y demagogia. Y poner cara de intensitos. Probablemente nunca tengamos la ocasión de poner en práctica nuestras teorías, así que lo único importante es que suenen bien. Alegamos estar persiguiendo la utopía y listo.

Pero el día a día es otro cantar. Para tratar bien a cuantos nos rodean hacen falta amor, bondad y alegría por arrobas. Y ese es un territorio mucho más difícil de conquistar, porque exige lo mejor de nosotros y pone a prueba nuestra capacidad de ceder, comprender y perdonar. La historia está llena de sesudos filósofos y trascendente artistas que, mientras proclamaban el advenimiento del elíseo, tuvieron serias dificultades para no ser unos capullos. Preguntadle a Julian Lennon por su padre a ver qué os cuenta. Por lo visto resulta mucho más fácil imaginar a todo el personal viviendo en paz que tratar a tu hijo con cariño.

Pero es que no hay otra forma. Es la gente que nos rodea la que requiere nuestros esfuerzos. Es su vida la que podemos mejorar, su sonrisa la que podemos buscar. Por ahí hay alguien a un par de palabras tuyas de ser feliz, pero decirlas puede no ser tan fácil como parece. Así que, antes de embarcarte en tareas monumentales (que te deberías embarcar, ojo) ponte a prueba en las distancias cortas. Si no eres capaz de mejorar tu entorno dudaremos seriamente de tu capacidad de cambiar el mundo.

lobo

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