La gran tragedia

Seguro que un aerogenerador supone una forma más limpia de producir energía que quemar combustibles fósiles. Pero, como dice Marta Villa, un mal no se arregla con otro mal.

El impacto estético de los aerogeneradores es inmediato e indiscutible, pero lo estético es rara vez solo estético.

Permitir que esa verticalidad crispada se adueñe del último refugio que teníamos para la contemplación garcilasiana (más Garcilaso y menos dopamina) y la gozosa horizontalidad que prefigura(ba) el infinito supone la violación del último santuario, la destrucción del único lugar donde no estábamos. Supone romperlo todo.

Con el paisaje se nos van la frontera, el horizonte y la cábala. La posibilidad de vislumbrar lo ignoto. La propia noción de aventura: ya nadie nunca se calará un sombrero de piel ni se ceñirá un látigo a la cintura. Ahí estuvo un ser humano y dejó su huella, y ahí, y ahí también.

La segunda perturbación más nociva de esos trituradores del viento ocurre en el campo; la más nociva ocurre en nosotros. El paisaje era la iglesia de puertas afuera, la religión sin guerras de religión, la obra de Dios y de todos los dioses. Esos molinillos famélicos impiden a la mirada reposar, a la mente recordar, al alma trascender. Nos roban la pregunta sin darnos una respuesta. Con molinos así Quijano, en lugar de enristrar la lanza, habría derramado una lágrima.

P. S.: Que nadie se engañe: esos resquebrajamientos en el cielo solo existen porque son rentables. Cuando el capital se alía ―somete, más bien― a la ideología encuentra excusa y carta blanca; podría convencernos de que la Tierra es plana.

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