Gormenghast y Retratos imaginarios

Si España no estuviera culturalmente muerta (ver últimos Planeta y Tusquets), lo que Ático de los Libros ha hecho con Titus Groan y Ediciones 98 con Retratos imaginarios hace solo un mes debería ocupar algún sitio en algún lugar, porque es una noticia estupenda.

Dos casos distintos

Titus Groan es la primera parte de la trilogía de Gormenghast, del autor británico Mervyn Peake. Es trilogía porque el bueno de Mervyn se murió, pero tanto la obra como el genio de Peake daban e iban a dar para mucho más.

Gormenghast pertenece a un género de novela en el que solo está Gormenghast. Gótica sin ser lúgubre, paródica sin ser cómica, fantástica sin tener un solo elemento mágico o sobrenatural, medieval y victoriana a un tiempo, frisando el realismo mágico sin impostar su cotidianeidad… Aquí ya se ha dicho que Harold Bloom la incluyó en su canon como no hizo con El Señor de los Anillos, novela con la que por cierto se la compara y con la que no tiene nada que ver. La obra cumbre de Tolkien está enraizada en la cultura germánica y se proyecta hacia el presente: Gormenghast solo lo está estéticamente. Por lo demás, es solo Gormenghast.

En español, hasta ahora solo cabía buscar la edición de Minotauro de 2003 a precios estrafalarios. Se podía y puede acudir a la versión inglesa, claro, en una edición sensacional con dibujos del autor (era además dibujante y poeta), pero hay que hacerlo con precaución; el libro no es de una acción frenética y el inglés, a no ser que ser que sea usted bilingüe, siempre ralentiza las cosas.

Walter Pater

En esa parte de mi cerebro de la que no hablo con mis amigotes está la verdad: que yo no he vuelto a leer en estos 25 años un libro como Mario el epicúreo. No es el extraordinario conocimiento de Pater de la vida romana del siglo II después de Cristo ni su originalidad como novela sin apenas personajes, sin apenas acción y casi fuera del tiempo y del espacio. Es su morosa delectación, su savia puramente espiritual y filosófica, su pulquérrimo sentido de la estética.

Pues bien; tampoco había vuelto a encontrar otra obra de ficción de Pater en español hasta que el pasado mes de octubre me tropecé con Retratos imaginarios, cuatro relatos cortos en los que el historiador del arte inglés nos lleva a tiempos de Watteau (el único personaje real), la Champaña medieval, la Holanda del XVII y la Alemania inmediatamente anterior al neoclasicismo. El librito no es Mario, claro, pero el tercero de sus relatos es una obra maestra. Otro libro para leer con pausa, otro libro que volverá a abrir para nosotros un sentido de la cadencia que perdimos hace décadas con este frenético caminar hacia ningún sitio.

P. S.: Ático de los libros ha vuelto a traducir Titus Groan (Rosa González y el tolkieniano Luis Doménech), mientras que Ediciones 98 conserva la traducción de 1942 de José Farrán y Mayoral. Demasiadas comas.

Dios me libre de mis amigos…

… que de mis enemigos ya me libro yo. Nada es más peligroso que un falso amigo, y no solo al aprender idiomas.

No sé si han visto últimamente alguna serie del oligopolio audiovisual que nos aqueja. Yo estoy aguantando como un titán la soporífera Los anillos de poder, por ejemplo. Pero da igual, vean la que vean lo más probable es que el reparto se parezca más o menos a esto:

cosa que en una serie histórica me parece confuso pero en una fantástica podría ser razonable, pues se elige entre los actores disponibles y nuestras sociedades ya no serán nunca de un solo color. Tampoco me parece mal el teatro kabuki ni el noh, donde los hombres hacen de mujeres (me temo que la cultura woke detesta estas últimas opciones, pero por eso yo soy liberal y ellos no). Que actores no caucásicos interpreten papeles caucásicos no me molestaba en Mucho ruido y pocas nueces y no me molesta ahora.

A no ser que…

Andaba yo pensando en estos términos el otro día (supongo que viendo la citada serie; hay que ponerse a verla siempre pensando en algo para no dormirse) cuando elucubré lo siguiente, porque ya saben que servidor es bastante malpensado.

J. R. R. Tolkien era un escritor blanquito y anglosajón que para proveer a Inglaterra de mitos fundacionales tiró de tradición germánica, más o menos como hizo Wagner en El anillo del nibelungo. No solo lo consiguió sino que nos proporcionó la que es, sin discusión, la obra fantástica más acabada de la literatura del XX (y se lo dice alguien que se está leyendo la trilogía de Gormenghast, de Mervyn Peake, a la que Bloom sí metió en su canon como no hizo con Tolkien). El Señor de los Anillos es culturalmente centroeuropea y por tanto occidental. Es, por muchos motivos que resulta imposible desgranar aquí, pero que atañen a su adscripción medieval, la caracterización de sus criaturas y su profundísimo lore, profundamente occidental.

Dicen los totalitarios, entre los que se encuentra la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, que hay que poner en las películas personas de diferentes razas porque si no eres racista. Pero yo digo lo siguiente:

¿No hay una suerte de imperialismo cultural en coger las leyendas europeas e imponerlas desde una posición económica de dominio y dándole al asunto la apariencia racial de que esas leyendas son de todos?

¿Quiere Amazon demostrar su multiculturalismo? Excelente. Que coja el Ramayana indio y le meta 10 temporadas, y que empotre a actores blancos en papeles no protagonistas, si no queda demasiado ridículo.

¿O por qué no coge Netflix la versión de la epopeya Mwindo, de los banyanga congoleños, transcrita por Kahombo Mateene y Daniel Byebuick y hacen una miniserie? ¿No tiene algo de neocolonialismo maquillar las sagas germánicas (germánicas, precisamente, lo que tiene su aquel) de multiculturalismo antes que rescatar y dar voz a las sagas de los demás?

Conviene ir por el mundo con los ojos bien abiertos, sobre todo ante iluminados y vendedores de crecepelo. Con determinada gente el único texto importante se escribe solo entre líneas.

P. S.: Tengo por ver el último capítulo de Los anillos de poder. Si mantiene las cotas de aburrimiento de los anteriores, lo que tendría cierto mérito, igual dedicamos una entrada a por qué cuando tu única preocupación es no pronunciarte ni decantarte ni ofender a nadie acabas por resultar soporífero.