Te acabará pasando. Aunque vivas en una burbuja o un castillo o la guarida del dragón, un día la vida te pegará un par de bofetones y se llevará por delante los parapetos que construiste con tanto tesón. O se lo hará a alguien cerca de ti, lo que es peor. Llegará un día (un día que vendrá como los demás, embozado en rutina para que te confíes) y te destartalará el alma hasta que no sepas de dónde te vienen los golpes ni por qué. Y ya solo te quedará el camino —que todos recorreremos— de aprender que no hay un porqué, y que quizá solo es el primero de los golpes que vendrán. Y que entonces, cuando el viento arrecia y la vida se desnuda de esperanza y te la tira a la cuneta, es el momento de mirar dentro de ti y saber de qué estás hecho.
Porque a partir de ese filo de navaja donde los tibios se quedan ensartados ya no hay más medias tintas y solo sobreviven dos tipos de personas, las rocas y los percebes. Quienes resisten el embate de las olas porque el mar ya les forjó el carácter de vigor y coraje y quienes, mientras boquean en la resaca con los ojos ahítos de incertidumbre, tienen la suerte de tener cerca una roca.
Así que ve decidiendo qué prefieres ser antes de que la vida te calce un guantazo que te salte las costuras. Y más te vale elegir roca, que somos muchos los percebes.